¿Cuánto aguanta Colombia?
El 5 de octubre, tres días después del plebiscito que congeló los acuerdos de paz entre el Gobierno y las FARC-EP, el presidente, Juan Manuel Santos, se reunía con el ex presidente Álvaro Uribe. Al salir de esa reunión, Santos insistió una y otra vez en los tiempos. “Y quiero insistir en el tema de la celeridad. La administración del cese al fuego y hostilidades en las condiciones de incertidumbre actuales, conlleva muchos riesgos”. Sin embargo, 11 días después de la votación que trastocó los planes del Gobierno y que amargó el sabor de boca que dejó la ceremonia de firma del acuerdo en Cartagena del 26 de septiembre, todo parece estancado.
Las cosas están así. El Gobierno mantiene reuniones a varias bandas con actores del ‘No’. Algunos con representatividad electoral, como el Centro Democrático (que tiene 40 congresistas), otros sin ningún tipo de respaldo político (como los pastores evangélicos, el ex presidente Andrés Pastrana o el ex procurador Alejandro Ordóñez). La mesa de negociación de La Habana anunció un ejercicio de equilibrismo político: tratar de mantener algunos de los procesos contenidos en los acuerdos (pocos) y esperar a Bogotá para tomar decisiones. La guerrilla de las FARC-EP mantiene un discurso de reconciliación pero este martes 11 de octubre llamó, en un comunicado público, a implementar los acuerdos sin dilación: “Consideramos de enorme urgencia iniciar ya la implementación del Acuerdo Final, cuyos beneficios repercutirán en la vida de toda la población colombiana, en especial de los más desfavorecidos”. Sus tesis son dos: el plebiscito perdido por el ‘Sí’ no condiciona jurídicamente a los acuerdos porque se trataba de una refrendación “política” y, en todo caso, como señalaba ayer el comandante y jefe negociador de las FARC, Iván Márquez, “la verdadera refrendación se está dando en la calle”. Y la calle sigue presionando. Ayer, 12 de octubre, miles de víctimas, estudiantes y ciudadanía en general se echaron a la calle en Bogotá y en otras ciudades del país en la llamada Marcha de las Flores o, como algunos empiezan a denominarla, la Primavera Colombiana, en referencia a las protestas conocidas como “primaveras árabes”.
Han pasado muchas más cosas: varias denuncias ante diferentes organismos administrativos y judiciales por el uso de mentiras y propaganda engañosa en la campaña del comité promotor del ‘No’ en el plebiscito, la concesión del premio Nobel de Paz a Juan Manuel Santos, el anuncio del inicio de la conversaciones de paz con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) para el 27 de octubre, las presiones de organismos internacionales, la carta de 400 de los más importantes empresarios del país exigiendo un acuerdo inmediato entre las élites, la apuesta de las víctimas por la implementación, aunque sólo sea en sus territorios, el fuerte debate sobre el enfoque de género de los acuerdos introducido por los sectores más conservadores del país… “Esto es una montaña rusa y no sé si mi corazón lo aguante”, confesaba en la Marcha de las Flores de Cali un analista y profesor universitario.
Entre la calle -donde se escenifica el apoyo a los acuerdos- y las oficinas -donde se negocia sin transparencia- hay un abismo. La pregunta es: ¿Cuánto puede aguantar Colombia este paréntesis?, ¿cómo salir del atolladero político y legal en el que se ha sumido el país?, ¿cuánto aguantarán las partes del conflicto el cese al fuego?
Mientras Bogotá o Cali marchaban, Juan Manuel Santos informaba al país del avance de las negociaciones con los promotores del ‘No’. ¿Informaba…? o trataba de hacerlo porque en su alocución no detalló nada: “Seguiré escuchando y recogiendo inquietudes”; “hablamos sobre la importancia de la familia para construir paz y pude explicarles que el acuerdo no promueve la ideología de género”; “La paz nos debe unir, la paz nos dará oportunidades a todos los colombianos de construir una mejor nación para nuestros hijos”. El presidente no le ha contado la país cuál es su Plan B, de existir, para que los acuerdos puedan implementarse y, mientras, analistas y medios de comunicación tratan de encontrar la ruta que el propio Ejecutivo no desvela: ¿repetir el plebiscito en las zonas afectadas por las lluvias el 2 de octubre?, ¿apostar a que sea el Congreso el que asuma la implementación jurídica de lo pactado?, ¿escuchar a los líderes del ‘No’ hasta cansarlos?, ¿ceder en algunos de los puntos planteados por Uribe o por los pastores cristianos?…
Parece imposible que las FARC, o que incluso el Gobierno, tumbe, como pretende Uribe, la Jurisdicción Especial de Paz, uno de los pilares fundamentales de los acuerdos. Tampoco parece viable que los colectivos de mujeres o la comunidad LGBTI renuncie a los pequeños avances logrados en el enfoque de género introducido en el texto del Acuerdo Final logrado en La Habana y que Ordóñez, como portavoz de sí mismo, le exigió a Santos “purgar”. Entonces…¿qué se negocia? O ¿qué es posible negociar?
Colombia, y una buena parte de la comunidad internacional, vive con zozobra estos días. Zeid Ra’ad al Hussein, el Alto Comisionado de Derechos Humanos de Naciones Unidas, afirmaba ayer que “Colombia vive una situación extremadamente complicada” y confesaba la decepción de los actores internacionales con el resultado del plebiscito. “No sabemos en qué medida podemos ahora tener una reconstrucción de las partes (del acuerdo) que creemos han sido las más difíciles para la oposición y para el expresidente Álvaro Uribe, abanderado del ‘no’ en el plebiscito”. No lo sabe Al Hussein y no parece saberlo nadie. Después de 52 años de enfrentamiento entre las FARC y el Gobierno y de la promesa de acabar con ellos, estos 11 días se están haciendo eternos.