Duque o la democracia secuestrada

Afirmar que en Colombia hay una democracia va por días. Cuando en el Congreso se tumba la posición oficial, pareciera que la democracia representativa es posible por unos minutos. No muchos. Pero es una democracia por delegación, es un confiar ‘ciego’ en unos representantes políticos que, en general, responde a intereses muy alejados a los del pueblo en el que, en teoría, reside la soberanía.

Por eso, no es de extrañar que Iván Duque no entienda la democracia como la entienden los naciones indígenas que habitan este Estado que se denomina Colombia: una plaza pública, un pueblo presente y un debate abierto sin intermediaciones y sin mediaciones externas. El presidente de la República se negó ayer a interactuar en esa democracia, temeroso de que la política (secuestrada desde el nacimiento de la República por las élites criollas) se haga carne y sea visible.

Algunos afirman que el secuestrado es el propio Duque, al que no habrían dejado cumplir el compromiso de viajar al Cauca para reunirse con los mingueros que firmaron un nuevo acuerdo con el Gobierno a sabiendas, casi seguro, de que será un nuevo papel mojado o engavetado en la sede de un ministerio de Bogotá.

Su fiscal de cabecera, el ínclito Néstor Humberto Martínez, ya le había ofrecido unas horas antes la disculpa perfecta para no asistir a la cita: “Cuidado presidente, que cuando el pueblo sale a la calle es porque terroristas malignos en un país sin conflicto, quieren atentar contra usted”. Y ayer, tras seis horas de desgaste, se confirmó lo que ya sabíamos, que Duque no es el presidente de todas y todos los colombianos, sino que ocupa un cargo para ser funcional a los intereses de unos pocos.

El drama político del país se encarnó ayer en la plaza de Caldono: un poder sordo y ausente deja a un pueblo a la espera de la nada, aunque ese pueblo, básicamente, lo que necesita es que se le escuche. Duque no es diferente en esto a los anteriores mandatarios, que viajaban por el país como virreyes coloniales alistados para inaugurar proyectos a medias o para reunirse en una habitación a puerta cerrada en consejos de seguridad tan estériles como sus promesas.

Queda poco que intuir del guión. Más tarde o más temprano la Minga volverá a las calles, la situación de lucha armada por los territorios seguirá dejando civiles muertos, desaparecidos, ignorados en su herida abierta de injusticia por un Estado que no es que no sepa lo que ocurre, sino que necesita que acontezca así. Duque seguirá haciendo política para sostener el voto y la fe ‘democrática’ de las clases medias urbanas y evitar que una ruptura de ese guión ‘democrático’ afecte a los intereses económicos, belicistas y geoestratégicos de los verdaderos patrones del país. Mientras, el narco seguirá rigiendo en el vasto terreno no gobernado por el Estado, las fuerzas militares seguirán haciendo negocio de la guerra inexistente, el negacionismo avanzará en las débiles instituciones que algún día fueron soñadas para la paz y las guerrillas existentes e inexistentes seguirán con los latigazos de quien sabe estar destinado a desaparecer.

Las y los mingueros del Cauca se fueron a dormir anoche y, hoy, cuando despertaron, el dinosaurio todavía no había llegado.