Ezequiel, el pescador de hombres

Mejor nombre no pudo tener el viejo y diestro Ezequiel. Aunque el personaje bíblico era el captador de las imágenes que le enviaba Dios, este negro grande, de espalda mapeada por las cicatrices, sonrisa desdentada y manos anchas, callosas y abultadas, durante un tiempo, fue un captador de hombres o, mejor, de restos humanos.

A mediados de la década de los 90, durante la Operación Génesis que sacó a 6.000 habitantes de los pueblos ribereños del Atrato, e inundó de cadáveres el río del mismo nombre, circuló una historia macondiana por Riosucio, un inundado pueblo chocoano, construido de madera rústica, con una única calle y casuchas entejadas con láminas de zinc, que durante esa época se ufanaba de contar con una planta eléctrica que les permitía, a sus habitantes, rumbear hasta la madrugada donde ‘Asprilla’, sin temor a un apagón o una inundación. Porque «la disco» quedaba en el único sitio que permanecía seco durante todo el año.

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La historia comenzó cuando un organismo de control, con sede en Bogotá, amenazó al alcalde de la época con una investigación y una posible sanción si seguía dejando pasar los muertos que bajaban por el Atrato, la mayoría mutilados… En esa época también creció la fama de El Alemán (Fredy Rendón Herrera), un temido y desmovilizado jefe paramilitar que, con sus acciones antisubversivas, también inundó de terror la zona con su famosa motosierra que, instruida como arma letal y de escarnio público, entregaba a sus hombres del Bloque Elmer Cárdenas quienes se dedicaron a mutilar a los que consideraban «guerrilleros vestidos de civiles».

Su escudero en Riosucio era otro temido hombre, conocido con el alias de Escorpión, con fama de sanguinario, quien convirtió las habitaciones del único hostal del pueblo en celdas donde internaba a los sospechosos y los sometía a un juicio sumario por sus presuntos vínculos con la guerrilla. Muchos de ellos salieron por la puerta de atrás y en pedacitos…

Ezequiel, un ducho en la labor de sacarle comida al Atrato y a la selva, se le apareció de milagro al alcalde de turno porque le encomendó la misión de rescatar cuanto cadáver bajara por la corriente. El viejo se inventó un método que le dio resultados: extendió de orilla a orilla dos lazos gruesos y los llenó de ganzúas y, con otro menos grueso, arrastraba hacía él los pedazos de cuerpos que se enredaban en esas especies de espuelas. Ezequiel se levantaba temprano y se acostaba tarde, pues la paga eran de tres mil pesos por cada “recuperación”, como él las llamaba. Al principio, ganó dinero y fama, tanto que como consecuencia de su labor el cementerio local se amplió y se llenó de tumbas, todas marcadas con dos inscripciones: el habitual NN, seguida de un número.

La prosperidad para Ezequiel terminó cuando el alcalde le informó que carecía presupuesto para esa labor humanitaria. Es decir, que las arcas, ante tanta recuperación, se habían agotado, pero como el viejo tenía que comer, decidió, al día siguiente, internarse en la selva para sacar madera, que era de lo que vivía, con la fatalidad de que ese preciso día uno de sus hijos fue a buscarlo desesperado para anunciarle que el cuerpo de su sobrino Abraham había bajado por el Atrato sin que nadie pudiera recuperarlo…

Esta historia me la contaron, primero, un periodista y, luego, varios habitantes de Riosucio, pues nunca pude hablar con Ezequiel ni con el alcalde sino con sus vecinos y amigos, testimonios que junté como un rompecabezas para armar, como dije, esta historia macondiana…

Lo que sí vi, en una osada misión periodística, al lado del reportero gráfico Fredy Amariles y de la entonces defensora del Pueblo de Urabá, María Girlesa Villegas, fue un río convertido en el cementerio de una guerra.

En medio de la Operación Génesis y a bordo de una “chalupa”, en la que apenas cabían nuestras humanidades sentadas, jalonada por un motor de 40 centímetros cúbicos, nos arriesgamos a recorrer el vedado Atrato, entre Riosucio, Chocó, y Vigía del Fuerte, Antioquia, de ida y de vuelta.

Un día yendo y otro viniendo, bajo un agresivo sol o un torrencial aguacero, vimos a lado y lado solo pueblos fantasmas, como eran, para nosotros, los cuerpos despedazados y mordidos por las aves de rapiña que bajaban por ese caudaloso río. Llegamos a contar 20 cuerpos, la mayoría mutilados, salvo uno que estancado en la orilla era víctima de dos gallinazos que empezaban a devorarlo.

En uno de esos pueblos fantasmas quisimos pasar la noche. Vigía de Curvaradó, ubicado en la desembocadura del río del mismo nombre, donde -después lo supimos- vivían 400 personas, las mismas expulsadas por esa negada pero evidente connivencia entre Ejército y paramilitares. Por allá arreció la operación Génesis, porque las marcas de las bombas quedaron marcadas en las laderas selváticas. Al llegar, 24 espantos nos salieron de la nada y, de verdad, pensé que era el día señalado, aunque luego entre la niebla y debajo de unas sábanas blancas, nos dimos cuentas de que era un grupo de ancianos que, por su condición, nunca pudo abandonar el pueblo, el menor de ellos, de 65 años.

Hacía tres meses -fue a mediados de 1997- que vivían en la sombra, saliendo de noche y escondidos de día… Pescaban bocachicos del Atrato, los salaban con sal para ganado, molían café y lo endulzaban con el zumo de la caña que sembraban y esa dieta la complementaban con plátano que crece silvestre en esa selva. Cómo sobrevivieron, no lo sé, como tampoco nunca supe cómo una matrona, de unos 85 años, aguantó durante esos meses, sin ninguna medicina para paliar el sufrimiento, los dolores que le causaba un cáncer de estómago que se le despertó en esa época.

De regreso, volvimos a parar en Vigía de Curvaradó y les dejamos mercado y medicina, pero nunca supimos qué pasó con Guillermina, la enferma de cáncer, como tampoco nunca pudimos dar con Ezequiel. Lo único que supimos, y contamos, fue la cantidad de muertos que hoy siguen sin identificar en el cementerio de Riosucio, bajo una lápida ajada por el tiempo en la que ya ni siquiera se lee el NN y menos el número

*Periodista. En 1996 y 1997 cubrió la zona del Bajo y el Medio Atrato para El Colombiano.