La(s) violencia(s) contra la iglesia de los pobres
La Comisión de la Verdad, en cabeza de su presidente, el jesuita Francisco de Roux, recibió el pasado domingo un informe sobre las víctimas de la Iglesia de los pobres, un movimiento social de origen cristiano que acogió en Colombia las tesis de la teología de la liberación.
El acto tuvo lugar en el auditorio del Colegio Mayor de San Bartolomé, en Bogotá, en el marco del VII Encuentro Nacional de la Mesa Ecuménica por la Paz, articulación que reúne a cristianos de varias iglesias y que es la autora del documento.
El informe expone 48 casos de violencia política contra hombres y mujeres vinculados a procesos socio-religiosos. 42 de dichos casos corresponden a asesinatos entre los que se encuentra el del padre Tiberio Fernández Mafla, cuyo cuerpo fue hallado mutilado en el río Cauca en 1990. En su mayoría, se trata de crímenes de Estado, algunas veces perpetrados en alianza paramilitar con mafias del narcotráfico, como ocurrió en el homicidio del antiguo párroco de Trujillo (Valle), según sentencia del Juzgado Tercero Penal del Circuito Guadalajara de Buga, Valle del Cauca, contra Henry Loaiza, alias “El Alacrán”.
Entre otras historias, el informe cuenta la de Antonio Hernández Niño, colaborador de la revista Solidaridad, integrante de los grupos juveniles de los marianistas en el sur de Bogotá y acompañante de los familiares de detenidos desaparecidos en las primeras marchas de ASFADDES realizadas en la ciudad a mediados de la década de 1980. Su cuerpo sin vida y con signos de tortura fue encontrado el 11 de abril 1986 por dos religiosas asuncionistas, que pasaban en carro por el kilómetro diez de la antigua carretera del norte. Tres días antes, “Toño”, como le decían sus amigos, había sido detenido por hombres del Batallón de Inteligencia Charry Solano, del Ejército. A ello se hace alusión en una sentencia del juzgado sexto penal del circuito especializado de Bogotá contra Bernardo Garzón, por el fallido intento de homicidio contra Guillermo Marín, también detenido y torturado el 8 de abril de 1986.
Un modelo eclesial perseguido
La Mesa Ecuménica por la Paz nació en el 2012. Antes del inicio de los diálogos entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y la entonces guerrilla de las FARC, la articulación se propuso incidir entre la ciudadanía para concientizar acerca de la necesidad de exigir y apoyar toda iniciativa en favor de una salida política al conflicto armado. “No es un diálogo religioso ni un ejercicio intraeclesial o meramente pastoral”, señaló en su momento Omar Fernández, uno de sus promotores. “Es un proceso que se quiere ubicar de cara a la sociedad”.
Desde siempre, la memoria de las víctimas del sector cristiano, reconocidas como mártires por el grupo, nutrió las reflexiones de la mesa ecuménica sobre la importancia de una paz con ética y una ética para la paz. Sus integrantes mantuvieron en alto las banderas de Golconda, de Sacerdotes para América Latina, de Cristianos por el socialismo y de otros grupos rechazados dentro y fuera del catolicismo en tiempos de Guerra Fría. El objetivo: mantener vivo el legado de la denominada “Iglesia de los pobres”, un conjunto de comunidades eclesiales de base en que echaron raíces la opción preferencial por los pobres y el llamado a los cristianos para que se comprometieran con el cambio. Planteamientos de la segunda asamblea general del episcopado latinoamericano, llevada a cabo en Medellín en 1968, profundizados en las décadas de 1970 y 1980 por teólogos como Gustavo Gutiérrez y Leonardo Boff.
Después de la firma del acuerdo definitivo y del inicio de tareas de la Jurisdicción Especial de Paz (JEP) y de la Comisión de la verdad, los miembros de la Mesa Ecuménica por la Paz se preguntaron cuál podría ser su contribución a corto plazo. No pasó mucho tiempo antes de que se propusieran elaborar un informe con la intención de honrar la memoria de sus mártires desde la convicción de que la persecución por causas políticas no debe repetirse en Colombia y de que debe haber una reparación también para los sectores religiosos golpeados por la guerra, ya que durante el desarrollo de esta no solo fueron desaparecidas personas, sino, también, estilos de vivir la fe.
Como lo ha reconocido la comisionada Ángela Salazar, “también la religión fue afectada en el marco del conflicto armado, porque no se volvieron a hacer las mismas expresiones religiosas”. Comunidades confinadas por temor, sin poder practicar sus ritos; atentados contra sus edificaciones; ataques contra sus líderes, en zonas apartadas del país, son manifestaciones de lo que muchos creyentes han sufrido sin que la singularidad de su experiencia espiritual haya merecido la suficiente atención.
Si bien históricamente han sido analizadas las razones políticas que han llevado a la estigmatización y persecución contra sectores del cristianismo comprometidos con el cambio social, hace falta profundizar las razones de fe de su victimización. Así lo cree Jenny Neme, integrante de Diálogo Intereclesial por la Paz (DIPAZ), otra articulación de cristianos, mayoritariamente del sector evangélico, quien saludó la aparición del informe de la mesa ecuménica, junto al pastor presbiteriano Milton Mejía. Este último anunció que está en preparación un informe similar por parte de DIPAZ, que podría ser presentado en enero o febrero del año entrante.
El aporte de la no violencia
“Colombia vive una crisis espiritual muy profunda que es la ruptura del ser humano y de la naturaleza dentro de nosotros”, dijo Francisco de Roux, en entrevista, antes de recibir el informe el pasado domingo. “Esta fuerza de los mártires nos da la garantía de que el mal no triunfará y que la pasión por la fraternidad, por aceptarnos los unos a los otros, por proteger la vida, un día va a triunfar entre nosotros”.
La actividad de entrega del documento había iniciado de manera ritual en uno de los patios del colegio. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”, leyó uno de los participantes del encuentro. Colgado desde el cuarto piso y extendido varios metros sobre el suelo, un larguísimo pendón ponía a la vista de los asistentes nombres de decenas de víctimas y de sobrevivientes conflicto armado. En el centro del recinto, tierra negra, raíces de un árbol de la memoria creado de manera artística, con sus ramas, hojas, flores y frutos: fragmentos unidos de a poco, de manera colectiva, hasta crear un símbolo que hizo presente el legado de los ausentes: semilla para el futuro, que se ha propuesto preservar y difundir la mesa ecuménica. Junto al árbol, el rostro ampliado de cada uno de ellos, iluminado con velas cuya luz aludía a la creencia cristiana en la resurrección: el triunfo del amor sobre la muerte. Entre los retratos, las caras de Alcides Jiménez, Héctor Gallego, Bernardo López Arroyave, Teresita Ramírez, Yolanda Cerón, Sergio Restrepo, Guillermo Céspedes, Nevardo Fernández, Luz Stella Vargas, Mario Calderón, Elsa Alvarado y el sacerdote de origen nasa Álvaro Ulcué.
“Estamos celebrando la vida y la esperanza que nos dejaron los mártires que, convencidos de que la paz un día sería posible en Colombia, lucharon en la fe de una manera no violenta; para que se respetaran los derechos humanos de los indígenas, de los campesinos, de las poblaciones afro, del pueblo”, añadió De Roux. “Ellos físicamente no están, porque fueron asesinados, pero sabían que continuarían con nosotros, que no iban a descansar y que siguen en todos los que en Colombia y en el mundo siguen con la esperanza luchando para que un día la fraternidad sea posible”.
Una procesión, proveniente del patio, llevó entre canciones a los asistentes hasta el auditorio en que sería proyectado un documental sobre el contenido del informe y en cuyo escenario le fue entregado el texto al presidente de la Comisión de la Verdad.