Lecciones aprendidas de otros procesos de paz (¿fallidos?)

Los ejemplos de Guatemala, Chile, México, Bosnia o Irlanda sirven de referente a lideresas y líderes del Pacífico que llegan al proceso de paz cargados de expectativas y vigilantes ante las amenazas.

Hay causas y hay efectos. Los efectos son la violación de los derechos humanos: los asesinatos, las desapariciones y desplazamientos forzados, las torturas, las detenciones ilegales, el confinamiento, la violencia sexual como herramienta de guerra, el hostigamiento… Los efectos llegan con la guerra y no necesariamente se van con los acuerdos de paz. ¿Por qué? “Porque si no se puede ir a las causas, no se avanza lo suficiente”, recuerda la sicóloga chilena Elizabeth Lira Kornfeld, profundamente implicada en la defensa de los derechos humanos durante la dictadura de Pinochet y ahora decana en la Universidad Alberto Hurtado.

Lira mira a Colombia y siente que “el exceso de información es abrumador”. Exceso de información sobre los efectos que puede ocultar las causas entre “una suerte de capas geológicas de represiones, de violencias, de muertes y de una incapacidad de la institucionalidad de poder identificarlos [a las víctimas] como sujetos, como ciudadanos. Son tantos… Las cifras son tremendas: 300 mil víctimas mortales o 60.000 desaparecidos es un número imposible de dimensionar, de imaginar por las personas”.

Elizabeth Lira es asesora del Centro Nacional de Memoria Histórica y estos días ha estado en Cali encerrada con cerca de 40 líderes y lideresas del Pacífico colombiano en un seminario sobre “Reconciliación y Construcción de Paz”, organizado por la Coordinación Regional del Pacífico y la Embajada de Suiza. Ella venía a contar su experiencia y lo vivido en su país tras el final de la dictadura. Su relato se sumó al de David Bloomfield (Irlanda), al de Nenad Vukosavljević (Bosnia-Herzegovina), al de Helen Mack (Guatemala) o al de Dolores Saravia (México). También dialogó su experiencia con las de Bojayá (Chocó) o de Montes de María (Caribe) como experiencias en las que se han dado pasos decididos hacia la reconciliación entre víctimas y victimarios. La mayoría de experiencias internacionales hacen un balance agridulce: dejar de matarse es un avance sin comparación posible, es el final de los efectos; pero cambiar las causas sigue siendo tarea pendiente en todos esos escenarios.

¿Nos indignamos?

La sicóloga chilena sabe lo difícil que es lograr la indignación social ante los hechos de violencia, lograr que una sociedad se conecte con sus víctimas y profundicen hasta llegar a las causas que provocaron el dolor. “¿Cómo podría pasar? Cuando tú tienes esta cantidad de muertos, de desaparecidos, que tiene Colombia, a un trabajador de derechos humanos la primera idea que se le viene es: ‘Si hacemos verdad va a pasar algo… va a haber una indignación moral’. Pero estamos llegando con la verdad 50 años después, donde los mecanismos de defensa de los ciudadanos es disociarse de esa realidad (yo no quiero saber). Es la defensa que hace la gente frente al horror. Tú no puedes vivir reaccionando con sensibilidad hacia todo. Se produce un endurecimiento de la reacción emotiva. Siempre me sorprendió que las víctimas a veces te cuenta las cosas más terribles como si le hubieran pasado a otro y luego lloran viendo una novela, lloran de forma desplazada, es un desplazamiento del dolor. Yo no esperaría una indignación moral general ante lo que el Centro de Memoria o la futura Comisión de la Verdad nos van a contar”.

La ecuación entre efectos y causas tiene que ver, probablemente, con una combinación entre “prudencia y miedo”, explica Lira. “Los procesos probablemente deben transitar por la justicia o por las investigaciones periodísticas, pero requieren de condiciones políticas para poderlo hacer. No te puedes permitir poner encima de la mesa unos nombres [de victimarios o de responsables de las causas] que pueden reincendiar los mínimos logros alcanzados. Nosotros, 25 años después, tenemos a toda la plana mayor de la policía secreta, hasta el último, bajo proceso, muchos en las cárceles, cumpliendo condena… pero eso no era posible en 1990, ni siquiera en el año 2000”.

La impunidad del pasado es la impunidad del presente

En la voz de Helen Mack hay cansancio… o escepticismo. Esta guatemalteca, premio Nobel alternativo de Paz en 1992 y una de las voces más respetadas en su país en el campo de los derechos humanos, cree que los resultados del plebiscito en Colombia tiene que ver con las mismas razones por las que en su país fracasó el referéndum de los acuerdos de paz (en 1999): “Una población urbana sin pensamiento crítico y que se dejan llevar emocionalmente”.

Y Mack vuelve a las causas porque, como insistieron todos los invitados internacionales, si no se abordan más tarde o más temprano, los procesos se ahogan: “Los intereses corporativos, basados en la impunidad y en la corrupción, son los que debilitan las bases del estado de derecho y prevalecen a base de infundir temor”.

Mientras, hay que restaurar la dignidad de las víctimas y, para ello, Mack repite una letanía que marca su trabajo: “La impunidad del pasado es la impunidad del presente”. “Nunca se va a regresar al momento anterior a la violación de los derechos humanos. La víctima tiene una responsabilidad en sanar sus heridas, pero si siguen los victimarios ahí no se te permite sanar porque sigue la impunidad. La misma sociedad no permite que las víctimas sanen. Una no quiere ser víctima todo el tiempo, pero la misma sociedad, las mismas instancias del poder, al no entender, al no reconocer al otro, a la víctima, o de no vivir lo que ella está pasando no contribuyen a la sanación de una sociedad”. Mack habla con conocimiento de causa. Ejecutiva de empresas se reconvirtió en defensora de derechos humanos cuando su hermana, la antropóloga Myrna Mack, fue asesinada en 1990 por escuadrones de la muerte, como después reconociera el propio Estado.

La activista guatemalteca advierte de los riesgos que se ciernen sobre los movimientos sociales de Colombia una vez que comience la implementación de los acuerdos. “Hay unos desafíos fuertes: la violencia… siempre cuando hay un vacío de poder alguien lo toma. La violencia no llegará de actores identificados, sino de actores difusos, pero va a haber una violencia mayor así que puede haber una frustración en tema de seguridad. Va a haber otros intereses internacionales y nacionales relacionados con la explotación de recursos naturales. Y si las comunidades indígenas tienen la protección del territorio y se convierten en un obstáculo va a haber persecución contra aquellas comunidades o líderes a los que van acusar de no querer facilitar el desarrollo”.

Y de eso se habló mucho en el seminario de Construcción de paz. Líderes y lideresas saben que deben desarrollar “estrategias de autocuidado” en un contexto convulso que, el representante en Colombia del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Todd Howland, terminó de complejizar en su intervención de jueves 17 de noviembre junto a representantes del Pacífico: “Se está produciendo un vacío de poder en zonas de las que se ha retirado las FARC y donde también hay una disputa por las economías ilegales”. De ahí, según Howland, la abrumadora cantidad de líderes sociales asesinados. “Esas muertes tienen que ver con el proceso de paz”. Para Helen Mack, lo que suele ocurrir tras un acuerdo de paz es que “esos actores del pasado [la impunidad del pasado] siguen en el presente. Nosotros vimos cómo pasaban de los escuadrones de la muerte a las redes ilícitas pero relacionadas con redes lícitas, lo que los hace muy peligrosos”.

El ‘momentum’

Momentum es una magnitud física fundamental que describe el movimiento de un cuerpo, pero también se traduce en las ciencias sociales del cambio como esa franja de tiempo en que la pulsión social o el impulso social es el suficiente para que se operen cambios de envergadura. Y eso es lo que cree Dolores González Saravia que debe aprovechar Colombia. González Saravia es responsable de “Procesos de Transformación Positiva de Conflictos” en SERAPAZ, la corporación que surgió en Chiapas para acompañar las negociaciones entre Zapatistas y Gobierno. Ese momentum en que la sociedad está abierta a imaginarse diferente no se puede perder, por eso “las distancias son muy importantes”. “Si se detiene la violencia [tras un acuerdo de paz] y se tarda mucho en llegar al cumplimiento ya no hay la misma sensibilidad, las sociedad ya no está dispuesta a comprometerse con un proceso que ya no la amenaza directamente”.

La experta mexicana cree que la sociedad –“el actor social”- debe constituirse en la tercera pata (junto a Gobierno y FARC) en la implementación de los acuerdos firmados en La Habana: “El actor social debe ser un actor de poder fundamental”. Quizá por eso cree que “el movimiento social debe hacer una inversión de tiempo, de esfuerzo, e incluso de recursos para construir la ruta de implementación y socializar bien los acuerdos porque en este tema no puede pedirse una profesión de fe: ‘como es un acuerdo de paz, debe ser bueno’”.

En el seminario, las y los participantes analizan lo acordado, estudian los escenarios del futuro inmediato, identifican oportunidades y riesgos. Se puede sentir la esperanza y, a poco que se afilen los sentidos, se puede sentir el miedo al fracaso colectivo en la construcción de paz. “Siempre hay un riesgo de desilusión. Siempre la expectativa es mayor que la realidad”, reconoce Dolores González. Por eso, ella recomienda cierta dosis de pragmatismo, “identificar los puntos de inflexión, cuál es el cambio que puede mover algo de la estructura [las pétreas causas]. Y si ese punto de inflexión se encuentra en el tema de víctimas, mejor. En tema de víctimas todo tiene que ver con las capacidades del Estado para buscar a los desaparecidos, para resarcir”. Pero el pragmatismo de los efectos no puede olvidar del todo la necesidad de mover las causas. “Lo hemos vivido en México y puede ocurrir acá. Los niveles de violencia son tales y los costos son de tal dimensión que la agenda política de los movimientos sociales se ha restringido a pedir unos mínimos que se basan en pedir un cierto estado de derecho, fortalecido en su capacidad de respuesta a las víctimas, fortalecido en ética pública y lucha contra la corrupción y hemos dejado aparcada la agenda de cambiar el modelo político”. Es decir, la agenda de las causas.

Una de las facilitadoras del encuentro, curtida en más de una guerra y más de un intento de paz, advertía de algunas claves en el proceso que se avecina en Colombia: coincidiendo con Dolores insistía en que hay que convertir a la sociedad civil en el “tercer actor”; hay que estar preparados para las “disputas de la memoria” para evitar una guerra en el terreno de la narrativa resultante del proceso; hay que imaginar estrategias de monitoreo de la implementación y de los cambios previstos; hay que pensar en clave de prevención, y hay que pasar de la reivindicación a la propuesta. Las causas rondan todas las reflexiones, pero los efectos son demasiado abrumadores. Un esfuerzo más para las víctimas: tener una perspectiva que muchos, incluso las organizaciones que las acompañan no siempre tienen. Lecciones aprendidas en otros conflictos para que esta paz se construya con menos trampas.