Líderes católicos piden perdón por la participación de la Iglesia en la guerra

En una dura carta, laicos y sacerdotes aseguran que la jerarquía tomó partido ideológico y ha sido cómplice -por omisión y por acción- del horror. Solicitan el cierre de la Diócesis Castrense y que la Conferencia Episcopal pida perdón público.

No es una carta breve ni que se quede en la superficie. A lo largo de nueve densas páginas, los 463 firmantes (entre los que hay 36 sacerdotes, 31 religiosas y religiosos y 14 teólogos, además de 63 de ellas internacionales) desgranan una relación perversa entre la iglesia católica y el poder. “Desde la Conquista y la Colonia, la alianza entre la cruz y la espada marcó unas relaciones deplorables entre los poderes opresores y la institucionalidad de nuestra Iglesia”. Por eso, ahora, en un momento en el que el país camina en un difícil tránsito hacia la paz, estos “integrantes de su laicado, clero y vida consagrada” (la carta también la firman agentes de pastoral, estudiantes, obreras o amas de casa) aseguran que es el momento de pedir perdón y reconocer la participación en el conflicto. “Queremos pedir perdón, primero que todo a Dios, cuyo nombre y mensaje hemos deshonrado y manchado; luego a todas las víctimas de esa violencia, así sea en muchos casos solo a su memoria puesto que ya fueron eliminadas, y también al país que aún sufre las secuelas o prolongaciones de esa violencia, sobre todo en sus capas sociales más excluidas, oprimidas y victimizadas”. Y no sólo piden perdón, sino que invitan a la Conferencia Episcopal a que haga lo propio y al papa Francisco a que cierre de inmediato la Diócesis Castrense.

(Descargar Carta íntegra con firmas)

La carta es especialmente dura con las jerarquías católicas que, a pesar de los llamados de los papas Juan pablo II y Francisco a reconocer dichas complicidades, no han reconocido su participación en una larga historia de violencia… “Los mutuos compromisos sellados entre los poderes coloniales y republicanos y las jerarquías de nuestra Iglesia, fueron sin duda un factor que llevó a nuestras jerarquías a silenciar demasiados crímenes y a cargar con la complicidad histórica de esos horrores”.

Los firmantes -entre los que figuran el jesuita Javier Giraldo o la del teólogo Juan José Tamayo- hacen un recorrido por el contexto de la Guerra Fría y recuerdan la toma de partido ideológica de la Iglesia católica colombiana. “Todo ese contexto llevó a nuestro Catolicismo colombiano, liderado por nuestras jerarquías, a una alianza de largo aliento con el Partido Conservador, protagonista de primer orden de esa violencia, y con la ideología y las estrategias anti-comunistas que arraigaron con fuerza en el Estado colombiano, incentivadas desde las grandes potencias occidentales, que son las que más han inundado de sangre y de sufrimiento nuestro suelo patrio, ensañándose contra todo movimiento popular que exige justicia, para lo cual el simple rótulo de ‘comunista’ la ha llevado a justificar todas las formas de barbarie contra ellos”. No consideran que esta sea una actitud del pasado -aunque recuerdan la ofensiva canonización del obispo de Pasto Ezequiel Moreno, quien pidió que sobre su tumba se pusiera la frase “el liberalismo es pecado”- sino que “para unos, incluyendo a obispos y sacerdotes, matar liberales, comunistas o guerrilleros, no sólo no crea conflictos de conciencia sino que llegan a ser acciones meritorias”.

Este sesgo ideológico aún condiciona muchas posiciones de nuestro clero y aún causa discriminaciones y sufrimientos injustos a sectores deprimidos de nuestra sociedad. Por ello pedimos perdón a quienes han sufrido toda esa estigmatización y exterminio apoyado en el satanizado rótulo de ‘comunista’, y nos proponemos seguir trabajando por la erradicación en nuestra Iglesia de esas secuelas ideológicas que tanto sufrimiento han producido”.

Por eso, invitan “a la Conferencia Episcopal de nuestra Iglesia a realizar un acto simbólico de carácter nacional en que se pida perdón, en presencia de representantes de movimientos políticos liberales y comunistas, por lo que la Iglesia contribuyó a la persecución, estigmatización y exterminio de muchos de sus militantes en el pasado y anuncie sus propósitos y estrategias que conduzcan a borrar los estigmas y a prometer respeto por las opciones ideológicas y políticas que no sean las suyas”.

La petición de perdón que se conoce hoy, parte de los ejemplos de Juan Pablo II, que en 1994 invitaba a la iglesia a reconocer su participación en hechos vergonzosos -“¿Cómo callar luego de tantas formas de violencia perpetradas aun en nombre de la fe?”-, y del Papa Francisco, que en 2015 pidió perdón a los “pueblos originarios” de las Américas por la Conquista y por las “ofensas de la propia iglesia”. “También nosotros”, sigue la carta, “queremos hacer un reconocimiento público de la participación de nuestra Iglesia colombiana, a través de complicidades, silencios y actuaciones representativas, en el proceso de violencia que ha destruido tantos miles de millares de vidas de compatriotas nuestros y ha contemporizado con formas denigrantes de opresión y de injusticia que han sumergido en la miseria y el sufrimiento a muchos millones de colombianos”.

Toma de medidas concretas

La propuesta de las personas que han firmado esta carta no es sólo que la Iglesia pida perdón, sino que tome medidas concretas. Primero, van a solicitar al Papa Francisco el cierre inmediato de la Diócesis Castrense y que “ordene a nuestra jerarquía tomar una distancia radical de instituciones armadas y represivas que resultan involucradas de manera sistemática en tantos horrores”.

Fabio-Suescún

Imagen del bumangués Fabio Suescún, obispo castrense de Colombia

“La connivencia de nuestra Iglesia con una fuerza armada comprometida en tan perversas estrategias, primero a través del Servicio Religioso Castrense y luego a través de la Diócesis Castrense, no ha dejado de producir un conflicto de conciencia profundo en muchos católicos colombianos, que nos lleva a pedir perdón a las inmensas capas de colombianos victimizados por una represión militar y paramilitar de tan larga trayectoria y de tan criminales alcances, involucrada en los más horrendos crímenes de lesa humanidad”.

Segundo, invitan “a la Arquidiócesis de Bogotá a sacar del recinto de la Catedral Primada los restos mortales del conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada y entregarlos a la Alcaldía de Bogotá para que les asigne un espacio ajeno al culto cristiano”. E invitan también “a la Conferencia Episcopal a que solicite a todas las parroquias del país leer un texto de petición de perdón, en uno de los domingos de Cuaresma de 2017, por la participación de la Iglesia en la violencia de las décadas pasadas”.

En el texto que justifica la petición de perdón se reconoce que “si bien hubo voces proféticas de clérigos y laicos, hombres y mujeres, que denunciaron los horrores, pagando muchos de ellos su coherencia con su vida, su integridad o su libertad, hay que deplorar también que muchos de ellos y ellas sufrieron persecución por parte de sus mismas jerarquías, destituyéndoles de sus cargos, cargándoles de sanciones canónicas a petición de los mismos victimarios e incluso siendo delatados o entregados a sus perseguidores por sus mismos pastores”. Mientras, en la otra mano, “hubo sacerdotes que aceptaron colaborar en la instrucción militar de niños y niñas con miras a su participación en estructuras militares y paramilitares; hubo también sacerdotes que hicieron parte de grupos abiertamente criminales, como el grupo paramilitar de ‘Los Doce Apóstoles’, liderado por el hermano de un Presidente de la República. Hubo obispos y sacerdotes que llegaron a acuerdos con líderes paramilitares en varias regiones del país, recibiéndoles sus tierras para quitarles el estigma narco-paramilitar e incluso limpiando superficialmente su imagen declarándolos ‘constructores de paz’, como en el caso del líder paramilitar Víctor Carranza”.

La esperanza final de los católicos y católicas que hoy piden perdón a la sociedad colombiana es que “confiamos en que la visión de las ruinas humanas que ha ido dejando este conflicto les haga recapacitar y que el sufrimiento de sus víctimas transforme la conciencia de todos los miembros de nuestra Iglesia para que esto nunca se vuelva a repetir”.