Los campistas de la paz

Un pequeño grupo de personas ha decidido que la Plaza Bolívar de Bogotá sea un campamento hasta que los acuerdos de paz sean realidad. Esta es su voz.

Ni el granizo que ha caído por estos días, ni el frío que siempre llega con Octubre han desanimado en su empeño a al grupo de treinta ciudadanos reunidos en la Plaza de Bolívar en torno a la iniciativa civil Campamentos Permanentes por la Paz.

La noche del 5 de octubre, una vez asentada toda la euforia de la marcha por la paz, un grupo pequeño de jóvenes, miembros de organizaciones no gubernamentales, maestros, estudiantes universitarios y víctimas del conflicto armado, montó carpas en el costado oriental de la plaza, frente a la Catedral Primada, para manifestar su demanda por una paz inminente antes del 31 de octubre, último día del cese bilateral al fuego entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las Fuerzaa Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

“Nosotros venimos a apoyar, desde la primera noche, este plantón”, comenta María Alexandra Cadena, directora ejecutiva de la ONG Cor Pro Adulto Mayor, que desde la madrugada del 6 de octubre aguanta, dentro de su carpa, el frío bogotano en la Plaza de Bolívar. “Por las redes nos contactamos, todo el grupo inicial, y después de la marcha planeamos venir y quedarnos a apoyar para seguir adelante”, explica María Alexandra enfundada en una ruana color crema y sentada en una butaca de plástico, idéntica a la que le ofrece a todo el que quiera ir a hablar con ella. EL campamento de la Plaza Bolívar aún es pequeño, pero utiliza la misma técnica de visibilización que sacudió a parte d ela opinión publica en Madrid, Nueva York o Turquía: tomar el espacio público para reclamar un papel activo en las decisiones políticas de su país.

Las carpas forman un círculo. Superan la decena. En el medio, hay un lugar para la deliberación, para la reunión, para el debate, una plaza dentro de la Gran Plaza. En este espacio está dispuesto un tablero sobre el que se escribe el plan del día, los temas a discutir y se hace el conteo de las carpas que se van sumando. Richard Santacruz, estudiante de Administración de Empresas de la Universidad de La Salle, relata un poco cómo es la vida dentro de este campamento urbano: “Nos reunimos en las tardes o en las mañanas para saber lo que vamos a hacer en el día, los temas que vamos a discutir”. Según Santacruz, los campistas están divididos por grupos, entre los que se encuentran el de comunicaciones, el de logística y el de seguridad.

 

WhatsApp Image 2016-10-10 at 19.43.50Una organización necesaria al ser una iniciativa de largo aliento, o eso es lo que se entiende al escuchar a Myriam López, representante de la Mesa de Víctimas de Soacha: “Seguiremos acá hasta que haya una solución verídica. Nosotros aquí hemos aguantado frío, mucho frío, pero la gentecita nos ve y nos apoya, nos dona comida, nos trae café y panela”.

López, delegada en justicia transicional de su organización, alega ser la voz de muchos, de los que quieren la paz: “En este momento estoy representando a todos mis compañeros que no pudieron venir. Nosotros lo único que queremos, como víctimas del conflicto armado, es un ‘Sí’ a la paz porque nosotros somos parte de la guerra, estamos cansados porque nosotros que vivimos en el campo sí sabemos lo que es la guerra”.

Es un grupo heterogéneo en el que convergen diferentes sentires, diferentes realidades, igualmente atravesadas por la guerra y por el deseo de paz. Vidas diversas como la de Marta Lucía Varón, presidente de Venezolanos por Decisión, organización creada por colombianos que viven en Venezuela, quien cuenta: “Yo tengo 60 años y nací en guerra, pero quiero morir en paz. Nosotros -colombianos que vivimos en Venezuela, que nos fuimos de nuestro país por la violencia- ahora estamos viviendo una situación muy difícil en Venezuela y queremos regresar a nuestro país sin guerra”.

Maritza no tiene una carpa en la plaza, sin embargo, acompaña todas las noches a los que sí porque quiere poder responder, cuando le pregunten: “yo puse mi granito de arena, yo hice algo”.

Maritza no tiene una carpa, sin embargo, acompaña todas las noches.

Varón, representante de esta organización no gubernamental que asistió a los colombianos deportados el año pasado por el gobierno de Venezuela, expresa la determinación que comparte con todos sus compañeros de campamento: “Cualquier sacrificio para contribuir y hacer entender que la paz es importante… Dormir aquí en la Plaza, con frío, con lo que sea, va a contribuir a que la gente entienda que debemos sacar cualquier diferencia, cualquier mezquindad y pensar que los muchachos quieren un futuro mejor”.

Las intenciones son buenas, sin embargo, de una u otra forma, lo que Marta, María, Richard o Myriam están haciendo podría no gustarle a muchos. “Este es un espacio público, tendríamos que llenar permisos, pero este es nuestro momento”, asegura María Cadena, quien reconoce que para los transeúntes habituales del sector no es fácil ver a una comunidad que se apropia de un pedazo de la Plaza de Bolívar.

Es, sin embargo, una incomodidad por la que está dispuesta a pasar, pues es claro lo que demanda junto a sus compañeros: “¡El acuerdo ya! Tenemos que hacer este acuerdo, no hay más tiempo, este es el momento de nosotros, de la juventud, de las próximas generaciones. Por eso estamos todos acá. Habrá otros que no puedan venir, pero nosotros somos el sentir de esos otros. ¡Aquí estamos!”, remata María mientras se acomoda la ruana que completa, junto con las cobijas, las botas pantaneras y el termo para el tinto, su kit de acampada urbana.