Los otros mineros
Gabriel Pescador, un hombre de 73 años, se interna cada día en las aguas sucias para realizar el mismo oficio que ha hecho toda su vida: sacar arena y piedras del riachuelo que atraviesa la ciudad de Dosquebradas, en Risaralda. El oficio de “arenero” o “balastrero” es un remanente de los tiempos en que aún no existían grandes canteras industriales que abastecieran la demanda de materiales para la construcción de las ciudades colombianas. Durante la expansión urbana de los años 60 y 70 del siglo pasado, miles de estos hombres llegaron del campo a trabajar en las vegas de los ríos y quebradas más cercanos a los principales núcleos urbanos. Los areneros extraen piedras de diferentes tamaños que son utilizadas en el relleno de gaviones o en vaciados de concreto, y también amontonan pilas de arena que venden a los constructores para el revoque o la mezcla de pegar ladrillos.
Sin embargo, con el auge de la minería industrial de cantera y la utilización de modernas dragas, el ya extremo oficio de los areneros se ha precarizado. Grandes concesiones de para extraer materiales de arrastre de los ríos han sido concedidas por el gobierno a empresarios particulares o multinacionales como Holcim y Cemex (famosas por destruir con sus canteras la cuenca del río Tunjuelito en Bogotá), mientras la labor artesanal de los areneros es considerada como “minería ilegal” y, por lo tanto, perseguida bajo los argumentos de que deteriora el curso de los ríos, contamina el medio ambiente y se hace sin licencias formales de explotación.
Gabriel Pescador y medio centenar de compañeros suyos que ejercen este oficio en Dosquebradas están organizados en un sindicato que ha resistido desde los años ochenta hasta hoy todos los intentos de desalojo de la administración municipal.