Enemigos imaginarios

Hace unos meses en Madrid un grupo de personas colombianas residentes allí pedía que fuera retirada de la Puerta del Sol una enorme valla publicitaria de Netflix en la que el personaje de Pablo Escobar deseaba una «blanca navidad». La imagen del narco colombiano sigue vigente gracias a los medios de comunicación y a las productoras audiovisuales que propagan la imagen del antihéroe como la del prototipo colombiano. Varias décadas tratando de desligar y desasociar la relación colombiano-narco para que llegara de nuevo a las pantallas y a la intimidad de los hogares del mundo una serie que alimentara el ícono y lo hiciera revivir con mayor fuerza. La campaña publicitaria de la empresa había puesto carteles en varias ciudades europeas recordando al más grande de todos los capos y al rey de los carteles de narcotraficantes.

El año pasado, el cocinero de un colegio en Hamburgo me pidió que colaborara con una estudiante que tenía como tema principal del curso a «Colombia», pero otro latino le respondió que no era necesario entrevistarme pues para entender la historia de Colombia sólo bastaba ver la famosa serie de Netflix. En diversos espacios y medios la pregunta recurrente es si he visto la famosa serie; jefes de medios de comunicación, directores de televisión, aclaman la calidad de la serie. Mi respuesta era y sigue siendo que por razones éticas me rehúso a ver ese tipo de producciones. Muy raro, me respondían, es de muy buena calidad. Un amigo dijo que así la gente alimenta al narco que todos llevan dentro.

Hace unos días escuché una entrevista al hijo del original capo, en la que “revela” que su padre trabajaba para la CIA y que por ello le fue posible llegar tan lejos, que su propósito con su nuevo libro era quitarle la idea a aquellos nuevos interesados de que ser “narco” era algo bueno. No he leído el libro, es posible que no lo haga, pero su “revelación” me parece lógica, pues afirmaba que el propósito de todos los negocios era reunir fondos para la lucha contrainsurgente en Centroamérica. La fracasada guerra contra el Narcotráfico ha demostrado que mientras exista consumo hay demanda y mientras exista ésta, habrá oferta. Son las normas del mercado y el mercado es quien adapta las leyes a su acomodo.

Hace algunos meses se publicó el libro El gran delirio, Hitler, drogas y el III Reich del alemán Norman Ohler, quien relaciona el “subidón” de la guerra y la efectividad del ejército nazi con el consumo de drogas que sigue siendo muy alto en toda Europa. Es posible encontrar gente pinchándose heroína en paradas del metro de Berlín o casos de políticos en posesión de metanfetaminas o cocaína —incluso en una investigación en el año 2000 fueron hallados restos de distintas drogas en el 78% de los baños examinados en el parlamento alemán—. Hace un par de semanas, en un trayecto por Neuköln, un hombre se acercó agresivo a insultarme porque miraba el plano del metro en el techo. Con actitud violenta gritó que yo qué buscaba y le respondí que nada, sólo miraba el plano, su siguiente grito: «¿Y tú de dónde vienes?». “De Colombia”, respondí, mientras trataba de alejarme de un posible golpe. El tipo se acercó, me abrazó y al oído me dijo, «¿en serio, de Colombia, tienes algo?» —por la ansiedad en sus ojos supuse a qué se refería—. Le dije que no y el tipo no podía creer lo que le respondía. Miré sus pies descalzos, las marcas de la sangre seca y me despedí lamentando una vez más la asociación de Colombia con la cocaína. Pensé que esta imagen estereotipada hacía parte de los consumidores de medios masivos. Al encontrar un grupo de escritores de distintos países europeos el chiste se extendió, el estereotipo de Colombia-cocaína fue la broma.

Ahora que vuelve a la opinión pública el tema de las mulas y de la pena de muerte a los pequeños narcos en las cárceles de China, los medios de comunicación se vuelcan a mirar cómo por cuatro kilos un condenado es inyectado letalmente, y el gobierno colombiano intercede ante el gobierno chino para que no sean ejecutados los 15 condenados, el tema hierve de nuevo. Gran misión diplomática la del Gobierno, tratando de salvar “narquitos”. Mientras tanto, la vida de muchos honestos hombres y mujeres que la pierden por defender la dignidad humana dentro de las fronteras colombianas no merece la atención de sus cámaras ni el espacio en sus medios. Los valores se han invertido, en 20 años publicarán un libro sobre el “narcotraficante 082” y dirán que un expresidente apoyado por los Bush and Co era un antihéroe que hacía marchas contra la corrupción, una serie de gran calidad que ni en Hollywood podrían filmar. Vaya caverna, cuanta hipocresía.

Dicen los medios europeos que ya se puede invertir en Colombia porque las FARC se desmovilizaron, incluso ofrecen el país como prometedor destino turístico. Lo que no dicen es que los grupos paramilitares y los narcos siguen sembrando terror. Debe ser porque son “enemigos imaginarios”.

 

*Poeta, documentalista y fotógrafo. Miembro de la Fundación Nydia Erika Bautista para los derechos humanos y del Movimiento H.I.J.O.S. Becario del Programa “Escritores en el Exilio” del PEN Alemania desde 2014 hasta la fecha.