Dolor y esperanza

No hay palabras para narrar la desesperanza, el dolor y la rabia antes los hechos del pasado 5 de octubre en Tumaco, pues esto fue más que una bofetada a la esperanza en la aplicación de los Acuerdos de Paz, fue sobre todo un golpe a lo profundo de la conciencia de quienes animamos a construir confianza entre todos los colombianos y colombianas para avanzar en la construcción de paz.

La masacre de los campesinos e indígenas no se hizo a lo escondido, no fue una emboscada contra la población civil, no fue una equivocación al creer que eran unos guerrilleros, no fue nada de eso, fue en plena protesta social, como otrora, en la mayor agudización del conflicto armado que se arremetió tantas veces contra inermes campesinos, hoy se reedita en medio de la puesta en marcha de la aplicación o implementación de un Acuerdo de Paz.

Sabido es que el narcotráfico es un factor que ha atizado la guerra, que ha financiado tanta violencia, empezando por la corrupción que campea en la institucionalidad pública, motivo por el cual el “Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de Paz Estable y Duradera”, le dedicó todo un capítulo, el cuarto, para hacer un tratamiento a este flagelo.

Es inadmisible que ahora que tenemos como país una hoja de ruta pactada para tratar los cultivos de uso ilícito y toda la cadena del negocio de la droga, el efecto inmediato, en el corazón de este problema -pues es claro que Tumaco es el municipio donde hay mayor número de hectáreas de coca-, sea la violencia el recurso prioritario y no el camino de la concertación, tal cual como está estipulado en el referido Acuerdo de Paz.

El presidente de la República no dudó en dar una versión, en menos de 24 horas después de conocerse los hechos, que el responsable fue el comandante de una disidencia de las FARC; los diversos testimonios de las comunidades dan por sentado que fue la Fuerza Pública, pero hoy la Defensoría del Pueblo recoge pruebas para señalar que lo más probable es que el ejecutor de esta masacre es la policía antinarcóticos.

Cómo hubiéramos deseado que el premio Nobel de Paz escuchara primero bien a todas las partes, sobre todo a las víctimas, quienes como él dice de forma reiterada, “son el centro del Acuerdo de Paz”, y no salir a la defensiva, con lo cual no se avanza en la construcción de paz… Todo lo contrario: se ha sembrado un mar de dudas y de desconfianza frente al Estado, quien se espera monopolice el uso de la fuerza, pero para proteger a los ciudadanos y no para incrementar la inseguridad tan maltrecha en esta región del país.

El dolor que sentimos debe transformarse en solidaridad con estas comunidades nuevamente victimizadas, pero al tiempo recobrar la esperanza que esta alarma, con un costo muy alto, sea atendida para que en lo inmediato la aplicación del Acuerdo de Paz se haga con hechos de paz, la cual comienza por reconocer las verdades para encaminarnos hacia la aplicación de justicia, pues este hecho no puede caer en la impunidad, ni mucho menos podrá ser objeto de la justicia transicional.

 

*Antropólogo, teólogo y doctor en Antropología. Exdirectivo de la UNICLARETIANA. Acompañante por más de 25 años a pueblos indígenas y comunidades afrocolombianas en el Pacífico. En la actualidad Decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Occidente en Cali y miembro del Comité Coordinador de la Coordinación Regional del Pacífico