El sacerdote que tiene en jaque a los corruptos de Tumaco
Cuatro amigos charlan frente a la catedral
Carlos Angulo recuerda que una noche a comienzos de este año estaba con varios amigos en el parque Colón, frente a la catedral de Tumaco, echando cervezas y conversando sobre la situación difícil que vivía la ciudad. Carlos es un líder afro muy respetado en la región. Se dio a conocer en el país en 2015 cuando apareció en un video viral donde pronunciaba un discurso en medio de la calle protestando por el racismo de unos policías bogotanos que lo requisaban.
Formado, elocuente, frentero, si Carlos habla la gente lo escucha con atención. Y esa noche se hablaba, para variar, de la crisis institucional y política de Tumaco, un municipio arruinado por la corrupción y las disputas entre caciques, que sólo en el último periodo dejaron cinco mandatarios diferentes desfilando por la alcaldía municipal entre un desempeño administrativo marcado por denuncias, inhabilidades y capturas.
Emilsen Angulo resultó elegida para la alcaldía de Tumaco en 2015 con el apoyo del ex congresista inhabilitado Neftalí Correa, dueño de una poderosa maquinaria electoral. Pero Emilsen acabó destituida en 2016 por corrupción, así fue como en unas elecciones atípicas Julio Rivera llegó al cargo. Rivera, que es rival político de Neftalí Correa, intentó apoderarse del Hospital Divino Niño, un fortín clientelista del primero. Luego Rivera terminó suspendido con un proceso de la Procuraduría y encarcelado seis meses, justamente debido a irregularidades cuando intentaba cambiar las directivas del Hospital. En medio de la crisis asumió John Jairo Preciado. Después Camilo Romero, el gobernador de Nariño, nombró a Marco Fidel Martínez como alcalde encargado pero los simpatizantes de Rivera ni siquiera lo dejaron entrar a la alcaldía. Entonces, Romero tuvo que reversar su nombramiento y designar el 8 de marzo de 2018 a Hernán Cortés.
Mientras toda esta debacle de intrigas y componendas ocurría, Tumaco se hundió hasta el fondo por el desgobierno. Los malos manejos y desfalcos habían desfinanciado al municipio y hoy falta plata, por ejemplo, para pagarle a los maestros y a los trabajadores del hospital y a los recolectores de basura. Eso se suma a los problemas estructurales que ninguna administración ha resuelto: no hay alcantarillado, no hay un acueducto funcional, no hay empleo, no hay apoyo a las comunidades rurales, el resultado obvio de décadas de cacicazgos políticos que tienen sumida a la ciudad en la corrupción absoluta. El nombre de los partidos ni siquiera importa: Emilsen Emilsen Angulo, por citar un caso, pertenecía al liberalismo y ahora es conservadora mientras que a Julio Rivera lo avaló un movimiento indígena sin presencia en la región.
“Nilo del Castillo apoyó a Neftalí Correa, Neftalí apoyó a Víctor Gallo, Gallo apoyó a Julio Rivera”, cuenta Carlos Angulo. “Y luego Neftalí puso a Emilsen”. De esa manera se resume la genealogía del poder en Tumaco con una continuidad que se remonta por lo menos veinte años.
Los amigos seguían charlando frente a la catedral. Ahí estaba Fredy Rodríguez, Juan Carlos Angulo y otros de los Consejos Comunitarios. Todos coincidían en que para las próximas elecciones tendrían que apostarle a una opción que no estuviera manchada ni vinculada con las maquinarias corruptas. Pero… ¿en dónde encontrar tal opción? ¿En un líder social acaso? ¿O en un dirigente comunitario, como el propio Carlos, que es directivo del Consejo Rescate Las Varas? ¿O en alguien que viniera de la iglesia, por ejemplo, un sacerdote?
Entonces Carlos Angulo dijo que sí el padre Arnulfo Mina, famoso en la región por su trabajo social junto a las comunidades, se lanzaba a la alcaldía de Tumaco, él saldría a apoyarlo con su voto aunque nunca ha creído en las elecciones. Lo que Carlos no sabía era que mucha más gente andaba pensando lo mismo. Cuando varios ciudadanos, líderes y empresarios de Tumaco fueron a convencer al padre Mina para que aspirara a la alcaldía alguien le contó de ese episodio: “Vea padre, hasta Carlos Angulo anda diciendo que votaría por usted”.
La parábola de David
Arnulfo Mina es un hombre negro muy alto, su tamaño contrasta con una voz suave y melodiosa que a veces parece tímida. Nació en Puerto Merizalde, un caserío del río Naya, al sur de Buenaventura y llegó a Tumaco hace más de treinta años, siendo todavía seminarista, se ordenó como sacerdote poco después. Desde entonces no ha dejado la región, donde ha liderado infinidad de procesos y luchas en favor de las comunidades, que lo quieren y lo respetan.
El padre Mina acompañó en los noventa los bloqueos y luchas de los campesinos de la carretera Pasto – Tumaco que lograron mayor inversión social y la llegada del alumbrado público a la zona. También se enfrentó a grandes empresarios palmicultores, lo que le costó las primeras amenazas de muerte y un atentado hace algo más de veinte años. Luego fue incansable denunciando los atropellos de los grupos armados y también lideró un proceso exitoso para resocializar a 150 ex milicianos de las FARC que iban a terminar cooptados por los narcotraficantes en el puerto. Hace apenas diez meses fue mediador en un acuerdo de paz entre bandas armadas del casco urbano que consiguió reducir considerablemente los índices de violencia y homicidios en la ciudad.
A comienzos de este año un grupo de ciudadanos preocupados por la situación de Tumaco lo buscaron. Le explicaron que él sería el hombre más indicado para encabezar una candidatura ciudadana a la alcaldía. “Me di cuenta que desde el sacerdocio no podía resolver los problemas sociales. La gente buscaba ese auxilio y yo no tenía alternativas. Yo dije, bueno, vamos a ver si la gente responde”, explica el padre, quien aceptó liderar la campaña con la condición de no deberle nada a maquinarias ni caciques. “Dejé muy claro eso desde el principio: yo lo hago es por ayudar a la gente”.
Arnulfo Mina es el primer candidato independiente en la historia de Tumaco. No necesitó un partido que lo avalara: su aval son 25.499 ciudadanos que lo respaldaron con las firmas recolectadas en una labor ardua junto a un equipo de voluntarios durante tres meses de trabajo continuo que empalmaron sin descanso con la actual campaña. Sólo tres personas de la campaña reciben sueldo: dos secretarias y el chofer, el resto trabaja gratis. El padre Mina ha recibido donaciones modestas de comerciantes y ciudadanos, como Martha Díaz o Pablo Emilio Zuluaga, que pusieron cada uno cinco millones, o como la que hizo él mismo cuando metió los ahorros de toda su vida en este proyecto. Otros dan cien mil pesos, doscientos mil, otros aportan conocimiento y tiempo, como los periodistas que manejan su estrategia de comunicaciones. La mayoría de colaboraciones vienen en especie: un par de hoteles que le ayudan con logística y espacios para reuniones, algunos restaurantes que ponen refrigerios, los transportadores que facilitan uno o dos buses para que mueva personas, el taxista que coloca un póster atrás de su vehículo, el señor que reparte publicidad y organiza tertulias para convencer a los vecinos. Hay grupos de catequistas y de señoras en los barrios que cada semana hacen ventas callejeras o rifas aportando dinero a la campaña. Y la gente en las comunidades dona su tiempo y su trabajo: le dan el almuerzo gratis cuando llega a una vereda, le hacen los perifoneos, le juntan la gente sin cobrarle un solo peso. Eso nunca se había visto en Tumaco.
“Hay gente de 65 años que dice que nunca había pegado un afiche político en su casa y tienen fe en que esto pueda cambiar”, cuenta un líder social simpatizante de la campaña que pide que su nombre no se divulgue. “Pero también hay muchas personas acostumbradas a vender el voto. La balanza está ahí a la mitad, entre las prácticas politiqueras y el padre, vamos a ver quién gana. Hay un despertar político de personas de bien que quieren hacer la diferencia”.
Durante sus alocuciones, el padre Mina suele hablar con símbolos religiosos. En un acto en la capilla del barrio La Cordialidad el 16 de octubre empezó su discurso aludiendo a esa cita de Moisés cuando desesperado en el desierto dice: “He visto el clamor de mi pueblo”. El público eran 58 personas, en su mayoría mujeres muy adultas que lo escuchaban como hipnotizadas:
―Dice Jesucristo en el Evangelio de San Juan: “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia”. Yo les pregunto a ustedes ¿hay vida en abundancia sin agua potable?
―No padre, no hay.
― ¿Hay vida en abundancia sin alcantarillado? ¿Hay vida en abundancia cuando el pueblo se está muriendo y no tenemos salud de calidad?
―No padre.
Aunque Mina ha despertado un entusiasmo popular sin precedentes en la ciudad, eso no garantiza la victoria. Según una encuesta de la Universidad de Nariño, el padre lidera la intención de voto con el 20%, pero Emilsen Angulo y Éver Castillo le siguen muy cerca con el 19% y el 15% respectivamente. Ambas campañas poseen estructuras muy robustas y derrochan plata por montones, el principal ingrediente para conseguir votos el día de las elecciones.
“En Tumaco hay muchas personas que desean que el padre gane pero las maquinarias políticas con dinero y compra de votos son excesivamente poderosas” dice una fuente cercana a la iglesia. “Entonces si no hay una regulación, y ese es el pedido que se le hace al Estado colombiano, es muy posible esa compra de votos de alguno de los candidatos que tiene mucho dinero. Ya los están comprando”.
Emilsen Angulo estaba la noche del 14 de octubre en el Puente del Progreso haciendo lo que en Tumaco llaman una “campal”, que es una concentración de trescientas o cuatrocientas personas, con animación, grupos de música y bailes, donde las campañas aprovechan para dar sus discursos. Tras el discurso de Neftalí Correa ensalzando a su pupila y candidata salió un animador que gritaba frases de cajón mientras la muchedumbre aplaudía. Todo acá cuesta plata: las camisetas estampadas que han repartido a los centenares de asistentes, la contratación del potente equipo de sonido y las luces y la tarima, los grupos musicales, el transporte para todos y cada uno de los que llegaron, los refrigerios. Y muchos se preguntan de dónde sale ese dinero.
Pero la campaña que derrocha liquidez es la de Éver Castillo. Sus cuadrillas (bien pagadas y dotadas de propaganda) son grupos de cincuenta personas que recorren la ciudad todo el día, como la cuadrilla que yo mismo me topé uniformada con camisetas y gorras tocando puerta por puerta en la avenida del Ferrocarril el 17 de octubre. Tan sólo por asistir a reuniones y actos públicos la campaña le paga a las personas entre 30.000 y 50.000 pesos, porque casi nadie asiste voluntariamente a sus actos. Y las reuniones, que ocurren cada día en diferentes comunas de la ciudad, pueden alcanzar audiencias de hasta quinientos asistentes. “Si va una familia de cuatro personas son 120.000, eso les resuelve el mercado de la semana”, explica un politólogo asesor de otro candidato. En la última de las cinco campales que hizo Éver Castillo hubo miles de asistentes que copaban cuatro calles.
Nadie sabe a ciencia cierta de dónde sale tanto dinero en las dos campañas más poderosas, pero cualquiera en Tumaco intuye que circula mucho efectivo producto del narcotráfico y la gente suele hacer la asociación. Tumaco es el municipio con la mayor extensión de cultivos ilícitos del país y además es epicentro de la exportación de por lo menos una cuarta parte de la cocaína que sale de Colombia. Sebastián Correa, de la Misión de Observación Electoral asegura que “para nadie es un secreto que hay algún tipo de influencia de grupos armados ilegales”. No obstante, insiste en que no existen pruebas contundentes que puedan incriminar a un candidato particular. Correa proporciona los datos de gastos de las campañas, pero únicamente Helen Zambrano, candidata del Centro Democrático, ha dado la información hasta la fecha. Según ella, sus gastos ascienden a poco menos de 40 millones de pesos.
Felipe Uscátegui, asesor de la campaña del padre, calcula que los gastos finales serán de alrededor de 300 millones, una cifra irrisoria comparada con lo que suele costar una aspiración política en el país. “Nosotros tenemos el candidato, tenemos el mensaje, tenemos el apoyo de la gente, la publicidad, hemos hecho todo de manual y nos ha funcionado porque la gente le cree al padre y al mensaje”, explica Uscátegui. “Pero no tenemos ni el conocimiento, ni la estructura, ni la plata, ni la intención para hacer los fraudes electorales a los que están acostumbrados acá. Ese es nuestro talón de Aquiles y ellos lo saben”.
En Tumaco hay 464 mesas en 206 puntos de votación, muchos son parajes rurales de difícil acceso donde además el control lo ejercen los grupos armados ilegales que quedaron tras la desmovilización de las FARC. En las últimas votaciones para alcaldía, la Misión de Observación Electoral calificó las elecciones en Tumaco como de alto riesgo, la posibilidad de un fraude masivo es muy alta, así que desde la campaña de Mina están pidiendo a todos los simpatizantes de su movimiento que participen de la vigilancia, que ayuden a escoltar las urnas cuando sean transportadas hasta la registraduría para evitar cambiazos y que se inscriban a las dos capacitaciones de testigos electorales para conseguir por lo menos quinientas personas que puedan hacer veeduría el día de las elecciones.
Es por todo lo anterior que el padre Mina acostumbra a iniciar sus discursos con otra de esas metáforas bíblicas diciendo a la gente que la suya es la pelea de David contra Goliat. Y no se olvida aquello que le advirtió un magistrado en Bogotá: “Padre, usted puede ganar en la calle pero perder en la registraduría”.
«Tumaco tiene cura«
“Si tu aspiras a la alcaldía de un municipio como este vas pisando un montón de callos, estarías sacando una élite del poder que no se va a quedar en la sombra esperando que gobiernes bien”, eso es lo que opina Carlos Angulo. “Ellos le van a poner palos en la rueda al padre y para [evitar] eso tiene que estar el pueblo. Este es un proceso que puede funcionar en la medida que tenga participación del pueblo”.
Las campañas tradicionales se dedicaron a atacarse con ferocidad acusándose todas de corrupción, una situación que favorecía a Mina, el único candidato reconocido por su honestidad. Pero los caciques comprendieron que el verdadero rival a vencer es el padre y ahora buscan alianzas entre ellos mientras iniciaron una campaña de desprestigio señalándolo de estar manipulado por empresarios antioqueños asentados en el municipio.
Pablo Emilio Zuluaga, dueño de una cadena de supermercados, es uno de estos empresarios. Sus argumentos son simples y rayan con lo obvio: lo único que espera de cualquier político es que cumpla con lo que tiene que hacer un administrador, que garantice cosas evidentes, como pagar a los empleados del hospital (ajustan seis meses de sueldos atrasados) o gestionar la recolección de basuras que por estos días no existe porque el dinero, al parecer, lo desviaron para financiar una campaña y por eso Tumaco parece un relleno sanitario a cielo abierto con olores vinagres en cada esquina. “Con el padre vamos a recuperar la confianza y a tener la certeza de que los recursos que lleguen al territorio se gasten en lo que se tienen que gastar, yo creo que con él vamos a enderezar muchísimas cosas acá”, asegura Zuluaga. El lema de la campaña es también el más obvio: “Tumaco tiene cura”.
Ese sentimiento es el que comparten bastantes tumaqueños y la campaña del padre Mina lo ha logrado plasmar apelando a un discurso de renovación que no promete grandes proyectos ni despampanantes inversiones en infraestructura, sino solucionar lo básico, aquello por lo que la gente sufre a diario: poner a funcionar el acueducto que no ofrece un servicio continuo, realizar obras de alcantarillado para que el 90% de la población no vierta sus desechos directamente al mar, garantizarle a la gente que sus hijos tendrán estudio toda la semana porque a los maestros sí les llegó el salario… cosas que en cualquier otro lugar suenan obvias pero que en Tumaco parecen revolucionarias.
“Yo estoy exponiendo mi vida, dejé todo lo que tenía, con todo amor, por Tumaco. Ayúdenme a llegar a la alcaldía sin comprar votos, a enseñarle a los politiqueros que sí se puede gobernar sin robarse un solo peso”, le decía Mina a un grupo de líderes reunidos en el barrio El Bajito el 14 de octubre. “Si fueran hechas las cosas bien, el padre Mina no estaría acá, estaría dando su misa allá en la iglesia”. La gente se reía con la ocurrencia hasta que un señor contó que llevaba más de doce años sin votar pues los políticos le daban rabia por ladrones. “Pero de pronto me va convenciendo”, dijo, “y acá estoy padre”.
Hace cinco años todo esto era impensable: Tumaco era –y sigue siendo– uno de los municipios más violentos del país con índices de homicidios que superaban la tasa anual de 100 por cada cien mil habitantes. La ciudad era controlada por las milicias de las FARC y esa situación de seguridad imponía dinámicas que cerraban cualquier apertura política. “Yo creo que el proceso de paz permite que el debate sea más sobre las ideas y que haya una pluralidad de opciones y de candidaturas”, asegura Felipe Uscátegui. “Mantener el Distrito aislado es lo que le sirve a los grupos armados y a las economías ilegales. Al proceso de paz se le debe el hecho de que haya un espectro más amplio de candidatos. Eso hace que nosotros podamos andar más seguros, sin tantas preocupaciones de ataques violentos”.
Y aunque el proceso de paz no fue exitoso en Tumaco, como explica José Luis Foncillas, pues el territorio acabó cooptado por nuevos actores armados y el gobierno central no enfrentó correctamente el problema de los cultivos ilícitos, sí es verdad que hubo una apertura política que permitió once candidatos diferentes inscritos para la alcaldía en los actuales comicios, un hecho sin precedentes.
La paz con las FARC despertó un fenómeno que no se vivía desde los tiempos de la ley 70: el regreso de los movimientos afrocolombianos, comunitarios y populares del Pacífico como actores importantes de la política nacional. Primero fue la altísima votación en el plebiscito a favor de la paz y luego los apoyos masivos por Gustavo Petro, que sin maquinarias ni caciques logró millones de votos de opinión en todo el litoral. El padre Arnulfo Mina hace parte de esta nueva dinámica cercana a las comunidades de base y los movimientos ciudadanos que han realizado los paros cívicos, una dinámica que promete sepultar las lógicas del clientelismo y la corrupción.
“El padre Mina no tiene que sabérselas todas, pero por lo menos debe tener un buen oído para escuchar”, recomienda Carlos Angulo. “Reunirse con las concheras, con los pescadores, con los del barrio, con el pueblo, salir a las calles”. Eso Arnulfo Mina lo tiene claro porque lleva treinta años en ello. Su campaña no empezó hace tres meses sino hace tres décadas cuando fue párroco en el caserío de Candelillas y organizó a los campesinos para reclamar el arreglo de las vías y la interconexión eléctrica, y después siguió recorriendo las veredas por trochas y ríos de Tumaco, por manglares y ensenadas “con sol, con aguaceros, comido o sin comer”, como el mismo cuenta. Allá a Candelillas volvió ya inscrito de candidato para hacer uno de sus primeros actos públicos y la población lo recibió igual que un héroe.
Por las destruidas y siempre encharcadas calles de Tumaco, el padre Mina sale a pie, sin escoltas, parándose a conversar con todo el que se arrima a saludarlo o a pedirle un consejo. No hizo caso de las advertencias que le llegaron: alguien anda ofreciendo muchos millones de pesos para que lo asesinen y lo quiten del medio en la contienda, algo que en Tumaco es bien fácil por la cantidad de armas y bandidos que circulan en la ciudad. “Yo lo que quiero es trabajar por la comunidad, para eso colgué la sotana”, me dice. “Y si eso me cuesta la vida… yo me voy tranquilo”.
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