Y además del perdón… ¿qué más?

Los comunicados de la Fuerza de Tarea Conjunta Titán tras el asesinato a bala del jefe de la guardia indígena embera Eleazar Tequia eran ofensivos. No sólo negaban lo que la comunidad afirmaba y explicaba con detalle –cómo mataron a Eleazar de forma intencional cuando estaba desarmado- sino que criminalizaban a la víctimas y a todos los miembros del pueblo embera katío de la comunidad de El 18, en el municipio de El Carmen del Darién (Chocó). Que si era un atracador armado, que si los soldados tuvieron que responder a su “accionar criminal violento”, que si los miembros de la guardia –‘armados’ con su bastón- intentaron agredir a soldados armados hasta los dientes…

Los comunicados y las mentiras fueron firmados y ratificados durante varios días por el brigadier general Mauricio Moreno Mejía, un uniformado que cobra su salario de los impuestos de los colombianos y que se debe a ellos, antes que a la sucia y cobarde mentira a la que la guerra nos ha acostumbrado.

Mauricio Moreno, después de la mediación de la iglesia católica, de la ONU y de alguna otra institución, se desplazó el 31 de enero a la tumba de Tequia y a regañadientes, sin querer queriendo, tuvo el cinismo de decir: “Si el perdón sirve para construir un Chocó mejor, pido perdón”. Es decir, pidió un perdón condicionado, un perdón como un favor, un perdón como una magnánima concesión del poder armado patriarcal a un pueblo golpeado hasta la extenuación que lloraba a Eleazar y recordaba el desprecio que recibe de militares y civiles en el día a día de ese duro Chocó donde la miseria enfrenta y donde la injusticia gobierna.

No pidió perdón el general por haber abusado de la fuerza, no pidió perdón por las reiteradas prácticas arbitrarias del Ejército, no pidió perdón por reprimir una protesta pacífica con armas de fuego… no pidió perdón si es que eso es lo que querían los ‘indios’ para abrir la pinche carretera.

La pregunta que a mi me ronda –en esta Colombia donde perdón y reconciliación cotizan al alza y justicia y reparación están desaparecidas tanto como la vida- es… y además del perdón ¿qué? En una sociedad razonable el general debería pasar a retiro por las mentiras directas sobre el caso de Eleazar Tequia y por ser el responsable final del operativo; los soldados que dispararon, incluido el teniente que provocó todo el incidente, deberían estar bajo arresto y deberían ser juzgados; el Estado debería asumir la reparación a la familia de Eleazar pero también a una comunidad que se queda sin un líder fundamental; las instituciones de control deberían revisar los procedimientos militares, y el Gobierno, de una vez por todas, debería poner en manos de la Policía la seguridad pública en manifestaciones, cortes de carretera, etcétera.

Colombia es un país que presume de democracia, de no haber sido –casi- nunca gobernado por militares, pero todo es mentira. La Colombia de la ‘paz’ –esa palabra manoseada hasta el hartazgo- es una Colombia militarizada y las Fuerzas Militares –siguiendo el pacto no escrito con el Frente Nacional- hacen lo que les viene en gana sin consecuencias por su accionar.

Cada vez que se anuncia que a Procuraduría va a investigar un accionar militar –como el bombardeo de Litoral del San Juan o como la masacre de Tumaco- es como saber que no va a pasar nada. Los acuerdos firmados con las FARC –aunque cada vez pienso que las FARC firmaron un armisticio– determinaron sustanciales ventajas para los militares que, además de sumarse de manera entusiasta a los beneficios de la JEP que tanto cuestionan, mantienen el desproporcionado pie de fuerza -y los negocios que supone- mientras son incapaces –o no desean- de tener control territorial y garantizar la vida y honra de los ciudadanos –al menos de los de segunda, la inmensa mayoría del país invisible-.

La Colombia de la ‘paz’ –esa que se despeña hacia las microguerras incontroladas- celebra talleres, foros, encuentros y actividades varias por la reconciliación y el perdón; nombra a un jesuita al frente de una Comisión de la Verdad que debería ser de los civiles; obliga a guerrilleras, guerrilleros y paramilitares a pedir perdón por todo lo hecho; se frota las manos cada vez que los ‘malos’ oficiales meten la pata, pero es incapaz de poner en la tribuna del perdón a empresarios, políticos, militares, sacerdotes o periodistas cómplices de la guerra, a los sembradores del odio desde los altares hegemónicos de la opinión pública, a los recolectores del beneficio de la muerte y de sus secuelas…

El perdón –concepto fundamentalmente religioso- está bien, pero ¿qué pasó con la verdad, con la justicia, con la reparación, con las garantías de no repetición?

Una paz a medias sólo beneficia a los poderosos y a los guerreros; no a los civiles víctimas de las balas dirigidas y de las balas perdidas.

 

* Paco Gómez Nadal es periodista independiente y coordina Colombia Plural