“Si la izquierda se pliega a las FARC, se desconectará de la sociedad”
Gustavo Petro irrumpió con luz propia en el panorama político nacional hace una década, encabezando enérgicamente las denuncias contra la parapolítica en el Senado. Su carrera parecía lanzada cuando, tras abandonar el Polo Democrático y formar su propia plataforma, el Movimiento Progresista, se hizo con la Alcaldía de Bogotá. Pero continuos conflictos con las altas esferas judiciales acabaron por frenar abruptamente su ascenso a base de sanciones políticas y económicas en 2016.
A pesar de todo, desde su oficina en el norte de la capital, Petro ve con optimismo su futuro político. Se considera víctima de una conspiración del establecimiento, pero lo apuesta todo a un triunfo electoral en 2018 que haga inútiles, por “antidemocráticas”, las sanciones en su contra. El antiguo guerrillero del M19 no recibe con entusiasmo la propuesta de “gobierno de transición” que han hecho desde las FARC y aspira a encabezar una gran coalición de fuerzas progresistas. Para ello tendrá que disputarse el puesto con una larga lista de candidatos que, como su viejo rival Enrique Robledo, Claudia López o Piedad Córdoba, han dado un paso al frente para dirigir una candidatura alternativa en 2018.
– Comencemos por la actualidad, ¿cómo de posible es que Petro pueda ser candidato electoral en 2018 con todas las sanciones que tiene?
Todavía no pueden impedir que me inscriba. Yo tengo una protección, unas medidas cautelares dictadas por unanimidad por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que suspendió de forma transitoria la decisión del exprocurador Alejandro Ordoñez que me quitaba mis derechos políticos por 18 años. Eso me permite inscribirme. La nueva sanción me la impuso el contralor de Bogotá [Juan Carlos Granados], que es un esbirro político del vicepresidente de la República [Germán Vargas Lleras], que siente temor de mi candidatura dado que él también es candidato. La Contraloría me puso una multa impagable, 100 millones de dólares. Impagable para mí, no para Trump. Y ellos lo saben, porque hay una norma que dice que uno no se puede posicionar como presidente sin pagar la multa. Por ese camino tratan de cerrarme el paso, pero esa norma no me impide inscribirme. Ya me gustaría ver qué pasaría con un presidente electo al que no dejan posicionarse porque no puede pagar 100 millones de dólares en Colombia.
–¿Entonces tratará de inscribirse y ganar las elecciones?
Con una propuesta de unidad.
– ¿Unidad con quién?
Con toda esa diversidad que hay en Colombia, incluida Claudia López, pero que es también Piedad Córdoba, es también Marcha Patriótica, todas estas fuerzas que van a salir a la palestra pública. Hay una enorme diversidad política en Colombia que, para volverse eficaz, tiene que unificarse por lo menos en un programa común de Gobierno y en una mecánica electoral hacia 2018. Si nosotros no tenemos eficacia, recibiremos una derrota.
– ¿Hasta qué punto es un riesgo para todos estos proyectos, que usted pretende encabezar en 2018, esta serie de asesinatos de líderes sociales que estamos viendo?
Se está reproduciendo la muerte de muchos dirigentes de tipo social y de derechos humanos en el país. Hay un aparato clandestino que está asesinándolos, ligado a la extrema derecha y a su intento de desbaratar el proceso de paz. Temo mucho por los excombatientes cuando ya estén desarmados. Se están preparando para una política de exterminio de excombatientes masiva. Cuando acabe el proceso, pueden ser miles de personas que hayan sido asesinadas y, por tanto, toda esa esperanza de una oleada democrática para acabar la guerra casi que se habría esfumado del país. Y en esas circunstancias tratar de empoderar un proyecto democrático no es fácil. Digamos que es nuestra opción, nuestra terquedad el tratar de hacerlo, pero si empiezan a matar gente en los campos, la reacción no será debatir cómo de democrática y pacíficamente cambiar el país, sino que la reacción será tener respuestas violentas. El país está entrando en unos ejes de descomposición muy difíciles de quitar y desmantelar. Veo que vamos con viento en contra y con contextos negativos a tratar de empoderar un proyecto democrático.
«Temo mucho por los excombatientes cuando ya estén desarmados. Se está preparando una política de exterminio de excombatientes masiva»
– Usted viene de una tradición política vinculada a la lucha guerrillera que podría estar llegando a su fin en Colombia. ¿Cómo ha cambiado el país desde la desmovilización del M19?
La izquierda colombiana ha pasado por épocas muy difíciles de genocidio político y se ha debatido entre búsquedas que llevaron a la mayor parte de ella a la lucha armada hace unas décadas. Yo hice parte de la lucha armada en el M19, una organización que trató de destruir conceptos ortodoxos acerca de la revolución y los cambios de las sociedades, y que logró un enorme apoyo popular y fue determinante en los contenidos democráticos de la actual Constitución, que, sin embargo, no rige en la práctica.
El país, en su historia republicana ha construido una formalidad democrática sin contenido. Una especie de cascarón vacío en cuanto a la democracia. Lo que en realidad se ha construido en el país es un semifeudalismo, que, articulado al narcotráfico, ha determinado una formación social bastante sui géneris. Es uno de los países más desiguales actualmente del mundo y de los más violentos del mundo porque, en la práctica, no se ha podido construir una nación, es decir, darle contenido democrático al cascarón.
«Los conceptos izquierda y derecha, que son dos conceptos europeos, no están en el imaginario popular colombiano».
La lucha armada del M19 buscó eso, lo logró formalmente en la Constituyente, pero fracasó en que se le diera aplicación. Esto derivó en un incremento de la violencia que desde hacía mucho tiempo no se había visto. La construcción del paramilitarismo a escala nacional, como una organización con estado mayor unificado, fue un proyecto político que se ligó rápidamente al establecimiento. La gobernabilidad colombiana es una alianza entre el establecimiento, los dueños de la prensa, los dueños de la economía, ciertos círculos políticos generalmente bogotanos, con lo peor de las mafias políticas en todas las regiones de Colombia. No pueden gobernar sin ellos. El electorado no lo pone la elite política, que no tiene fuerza ni liderazgos, sino que lo pone a través de la compra de votos, las mafias políticas locales. Si se rompiera esa alianza, se desploma, como un castillo de naipes, el poder político colombiano. Eso lo hace profundamente corrupto y profundamente violento. Es un gobierno de mafias.
La izquierda, después del proceso del M19 ha intentado buscar a través de ensayo y error caminos para solucionar esa problemática del país. Le ha apostado a la paz, a tratar de desactivar la totalidad de la lucha armada en Colombia con relativo éxito. Le ha apostado a la movilización popular, pero aún los esfuerzos de lucha democrática no logran el objetivo de ponerle un contenido democrático al cascarón republicano.
– ¿Qué papel tiene en este contexto el Movimiento Progresistas?
Progresistas es otra búsqueda. Deriva indudablemente del M19 y nace a partir de una discusión interna del Polo Democrático, que era la organización que casi aglutinaba a toda la izquierda de Colombia entonces. El caso de corrupción del entonces alcalde de Bogotá, Samuel Moreno, cogió a una parte de la izquierda dentro de sus tentáculos. Yo desvelé toda la arquitectura y los nombres propios. Estábamos entonces bajo el gobierno de Álvaro Uribe. Estalló, obviamente, una crisis dentro del Polo y, el Polo, en cierta forma, y a instancias mías, tenía que decidir entre los corruptos y nosotros, los que lo habíamos denunciado. El Polo decidió por los corruptos, lo cual inmediatamente provocó la salida nuestra.
– ¿Qué trajo de novedoso el Movimiento Progresistas al panorama político colombiano?
Queríamos recoger ciertas experiencias contemporáneas de movilidad social, unos nuevos sentires que la sociedad en todas partes del mundo empieza a contemplar como una especie de nuevo paradigma del siglo XXI, donde una serie de temas abandonados, nunca entendidos por la izquierda tradicional, como los derechos de los animales o el cambio climático, afloran como importantes. Nosotros quisimos acoplar esas nuevas sensibilidades en un discurso político. Progresistas ganó las elecciones de Bogotá y yo me hice alcalde.
Nosotros bajamos la pobreza multidimensional del 50% de la población en el año 2000 a 4,7% en la última estadística en el año 2015. Eso es una revolución social visible en la ciudad. Quien haya conocido la ciudad de Bogotá en la década de los 90 sabe que en las barriadas populares era evidente la pobreza y las circunstancias de segregación social propias casi de toda ciudad latinoamericana. Quien hoy recorra esas mismas barriadas se da cuenta de un enorme cambio, algo pasó, un cambio visual… por la calidad de las construcciones, por la calidad de las calles, por la manera de vestir de la gente. Hubo un enriquecimiento relativo de los pobres y una caída de la desigualdad social, que era una variable difícil de mover.
«El establecimiento en cierta forma empezó a sentir un enorme temor de los efectos que como ondas pudieran derivar de la experiencia de Bogotá Humana»
– Sin embargo, la experiencia no acabó tan bien…
El ejercicio de gobierno de Progresistas es un ejercicio innovador de nuevos discursos que aterrizan en prácticas concretas, que logran movilizaciones, que logran tensiones políticas, al punto de que el establecimiento trató de destituir al alcalde como diera lugar, y lo logró incluso. Me inhabilitaron por 18 años, me bloquearon todas mis cuentas, me iniciaron centenares de procesos criminalizando las políticas públicas, que eran políticas no neoliberales. Me criminalizaban porque desprivaticé servicios públicos, porque creé un subsidio de transporte, que no es una gran innovación, en el mundo es casi que normal… pero aquí se volvió crimen. El establecimiento en cierta forma empezó a sentir un enorme temor de los efectos que como ondas pudieran derivar de la experiencia de Bogotá Humana hacia el resto del país y, por lo tanto, de un proyecto nacional hacia el poder. La respuesta ha sido la invisibilización absoluta a partir de los medios de comunicación y el acorralamiento como persona, desde el punto de vista financiero, económico y de los derechos políticos, tratando de que esto no logre coger la fuerza que nosotros tenemos que coger.
– ¿Ha logrado convertirse en la sombrilla que englobara varios movimientos políticos a la que se aspiraba en 2011?
Es balbuceante, no podría dar una opinión acabada, porque lo que hemos hecho es intentarlo en culturas políticas adversas. Inclusive, nosotros no nos definimos exactamente como izquierda. Los conceptos izquierda y derecha, que son dos conceptos europeos, no están en el imaginario popular colombiano. Usted solo encuentra esas palabras entre algunas élites intelectuales, pero, en general, la sociedad no se divide a sí misma entre derechas e izquierdas. Hay otra manera de valorar la política. Yo lideré la tesis de que más bien nos diferenciáramos entre políticas de la muerte y políticas de la vida. De forma polarizada, porque la sociedad colombiana se divide en dos, pero no en izquierdas y derechas. Se ve a sí misma como propugnadores de la muerte o propugnadores de la vida.
Si aquí ha existido un paramilitarismo que mató a 200 mil personas, si aquí un partido de izquierda fue eliminado con 5.000 asesinatos, si aquí hay una exportación masiva de cocaína, petróleo y carbón que producen unos efectos en la humanidad… pues literalmente vivimos de la muerte. También aparecen unas resistencias que se afincan en cómo proteger la vida y expandirla. En la juventud, en la niñez, en los liderazgos populares, campesinos, en los nuevos movimientos urbanos hay una sensibilidad hacia la vida, precisamente porque hemos vivido el protagonismo de la muerte.
«Si hay un paramilitarismo que mató a 200 mil personas, un partido de izquierda eliminado con 5.000 asesinatos, si hay cocaína, petróleo y carbón con efectos en la humanidad… pues literalmente vivimos de la muerte»
Esta diferenciación entre políticas de la vida y de la muerte le da a Progresistas la posibilidad de ser una fuerza del siglo XXI, de innovación. Pero eso implica formas organizacionales diferentes, no piramidales, como teníamos en la izquierda tradicional, que es la herencia del bolchevismo, y más en una izquierda en la que fuimos militares casi todos. Romper esa jerarquización y volver hacia movimientos horizontales, en red, que acojan la diversidad como un principio, no es fácil. Lo hemos intentado y rápidamente se tiende a volver hacia el pasado. Pareciera un tanto utópico, pero yo pienso que es el camino que hay que escoger.
– En este contexto, culmina el proceso de paz y llegan las FARC a la política legal. ¿Cómo puede afectar?
En los medios de la izquierda tradicional colombiana hay mucha esperanza alrededor del tema de las FARC, yo soy más prudente. Las FARC tienen una historia larga, de cerca de seis décadas. Tienen un origen no de izquierda, muy metido en unas lógicas descompuestas de la lucha armada colombiana, de los liberales de ese entonces con nada de ideología, que de pronto logran una cohesión ideológica muy fuerte, pero a partir del estalinismo. Creo que es la única guerrilla estalinista de toda América Latina. Con la caída del mundo soviético vino una crisis ideológica al interior de las FARC.
El M19 deja las armas en 1989 y en 1991, ganamos las elecciones del constituyente, invitamos al conjunto del movimiento guerrillero a dejar las armas y a construir una alternativa democrática. Las FARC decidieron mantenerse en armas, pero ya no existía el bloque soviético. Hacen una conferencia en ese año 1993 y a mí me parece que ahí es donde ya ocurrió la ruptura ideológica porque la única manera de financiar y sostener a las FARC en el poder territorial, o con control territorial, ya no era otra que recurrir al cobro de impuestos sobre cultivos bastante desarrollados del narcotráfico. Eso va permeando a través de los años en todas las estructuras militares de las FARC y las va llevando, no ya a comportarse como una guerrilla clásica que nos obligaba a unas simpatías populares para poder sobrevivir, sino a convertirse en una especia de ejército de ocupación por los dineros que se conseguían a partir del cobro de impuestos.
«Las FARC desaprovecharon, por soberbia militar su momento estelar de fuerza en el año 98, en el Caguán, donde hubieran podido obtener una transformación estructural de Colombia»
Eso son las FARC. Desaprovecharon su momento estelar de fuerza en el año 98, en las negociaciones de paz del Caguán, donde hubieran podido obtener muchísimo, una transformación estructural de Colombia. Lo desaprovecharon por soberbia militar y entraron en el desgaste que los llevó a casi un arrinconamiento en los años de Uribe. En esa debilidad militar iniciaron su nueva negociación… en mi opinión, con muy pocos resultados y con una apatía muy grande de la población que no entienden las izquierdas latinoamericanas, pero que para nosotros es lógico. La lucha armada había perdido su razón de ser hace más de una década.
Este proceso de paz no desencadena en la actualidad una oleada democrática como sí lo logro el M19 en el 91. No ya por culpa de las FARC ni de sus dirigentes actuales, sino porque es el resultado histórico. Y lo que me preocupa de esto es que las izquierdas tradicionales se plieguen a la estrategia de las FARC, que hoy se llama gobierno de transición, y se pierda una vitalidad de esto que habíamos logrado en las últimas décadas de diversidad de nuevas exploraciones… una especie de retroceso que, me parece, nos desconectaría completamente de la sociedad colombiana.
– ¿Entonces Petro no es partidario de participar en el gobierno de transición que ha propuesto ‘Timochenko’?
El Gobierno de transición de las FARC es una propuesta hecha para ver cómo se aplican los acuerdos de paz, pero los acuerdos de paz no le dicen nada a la sociedad colombiana que no sea acabar la guerra. La letra menuda de esos acuerdos tiende más a cómo las FARC durante unos diez años puede mantener una presencia política permanente. Y es así, precisamente, porque en cierta forma las FARC reconocen que no tienen fuerza ni cariño popular.
«Las FARC estaría moviéndose hoy más hacia una posición conservadora que hacia lo que necesitamos realmente en la política colombiana»
Las FARC están apostando a que se elija un gobernante que pueda ser garantía de que se cumpla el acuerdo de paz y su opción fue, en un primer momento, quien había negociado con ellos: Humberto de la Calle. Esa es su actual estrategia, pero creo que eso no va a durar mucho y que es una equivocación. No porque no sea necesario un gobierno de transición, pero de transición hacia qué… A mí me parece que el acuerdo de paz es un punto de partida. Si ya se firmó, hay que respetarlo. Un gobierno de transición debería llenar de contenido democrático el viejo cascarón republicano. Eso va mucho más allá de un gobierno de transición. Entonces las FARC estaría moviéndose hoy más hacia una posición conservadora que hacia lo que necesitamos realmente en la política colombiana.
– ¿Qué le parece la precandidatura de Claudia López?
En el marco de una descomposición de la política, con altísimos niveles de corrupción en Colombia, es un intento de quitarnos el discurso anticorrupción bajo una fórmula de derecha. El discurso anticorrupción es popular, pero la sociedad necesita transformaciones que son todavía más ambiciosas. Es más, sin esas transformaciones no se acaba la corrupción, porque la corrupción en Colombia es una alianza del poder entre mafias locales y establecimiento. Un principio, sin que sea exclusivo, significa que romper la corrupción en Colombia es romper esa alianza. Y básicamente es quitando el electorado a las mafias políticas locales con un programa de fuertes políticas sociales. Ahí Claudia López no llega.
«Claudia López: es un intento de quitarnos el discurso anticorrupción bajo una fórmula de derecha»
Sin embargo, Claudia López, y otras posibles candidaturas como la de Piedad Córdoba, se disputarán un mismo electorado.
Sí, y habrá que poner una mecánica de agrupamiento para unificarlo en una sola candidatura.