20 años después de La María, por el arzobispo de Cali

Aún sigue abierta la grave herida de las inconcebibles violencias padecidas en el conflicto armado, que tampoco concluye aún en Colombia. No obstante, la puerta de transición abierta con los Acuerdos de La Habana, «las intransigencias de TODOS LOS LADOS pretenden inclinar la balanza hacia la permanencia de la confrontación y la denegación del postconflicto.

El país sigue atrapado entre esas dos tendencias, la transición y la intransigencia, polarizadas con una infortunada politización partidista de la paz, como sucedió con el Plebiscito. Y la comunidad internacional, inquieta por el significado de Colombia para las geoestrategias y modelos de desarrollo, globales y regionales, acompaña vigilante nuestro enredado proceso interno.

Han pasado 20 años, desde que el ELN (Ejército de Liberación Nacional), hizo el secuestro masivo de 180 personas, mientras participaban de la Santa Misa en el templo parroquial de La María, al sur de Cali. Una espantosa tragedia de profanación, tanto de la acción y del espacio sagrados, como de la dignidad y libertad humanas.

Con atentados como este, el rostro de la guerra subversiva sobre Cali y Colombia se degradó en crimen de armados contra población civil inerme, en extorsión económica e indefensión ciudadana. El ELN y las FARC (Fuerzas armadas revolucionarias de Colombia), con golpes como este, los del Kilómetro 18 y el atroz secuestro de los Diputados en el céntrico recinto de la Asamblea Departamental, en ciudades como Cali y a lo largo y ancho de Colombia, transformaron el conflicto con el Estado y su fuerza armada, en un conflicto directo con la ciudadanía. En el caso del ELN, ese conflicto con las poblaciones se unió al daño directo contra recursos y medio ambiente, con imágenes tan tristes e hirientes como las de Machuca y las que aún continúan causando en estos días.

La guerra subversiva, al traspasar los límites de la civilidad y del derecho de gentes, o hizo también la crueldad y crímenes de la contrainsurgencia, se volvió guerra sucia y absurda, llevándonos a ser sociedad y Estado casi fallidos.

La memoria adolorida de estos hechos, con heridas que aún sangran, nos mueve a la solidaridad con las víctimas y sus familias, y con esa robusta comunidad católica de La María. Y nos mueva a unir nuestros esfuerzos y luchas sociales, nuestra fuerza espiritual y eclesial, en pro del diálogo y el cumplimiento de los acuerdos, de la lucha democrática y pacífica, de los cambios e inclusión necesarios.

La memoria de un pastor como Monseñor Isaías Duarte Cancino, que acompañó, clamó y se  jugó su vida, hasta derramar su sangre en el marco de esos conflictos y los de la narcopolítica, aliente nuestra esperanza y firmeza en la causa de la vida de todos y las vías la reconciliación y la paz ambiental.

* Darío de Jesús Monsalve Mejía, Arzobispo de Cali