De las armas a las palabras

Hay un país de espaldas al proceso de implementación de los acuerdos de La Habana. Y luego hay otro país tratando, entre el lodo, de sacar punta a las posibilidades de reconciliación de este pacto. Crónica de lápices y anhelos desde la Zona Veredal de Llanogrande (Dabeiba, Antioquia).
Camilo Alzate | Fotos: Cedidas  | Zona Veredal de Llanogrande

El kiosko que todos llaman “la escuela” es amplio, no tiene paredes y se levantó con tablas rústicas sobre el piso de tierra y un techo de plástico negro. La profesora comienza el llamado a lista con voz fuerte:

–¿Ariel Perea?

–Estudié en la guerrilla, aprendí un poquito, nunca fui a una escuela.

–¿Diomedes?

–No estudié nada.

–¿Jaime Pulido?

–Nada.

–¿Merly González?

–Hasta séptimo.

–¿Norbey Vásquez?

–No, no estudié.

–¿Sabes leer y escribir?

–No, nada.

Son 34 guerrilleros de las FARC que iniciaron el 12 de junio un proceso de validación y culminación de estudios formales en la Zona Veredal de Llanogrande (Dabeiba, Antioquia), con el apoyo y acompañamiento de un grupo voluntario que viajó desde la ciudad de Manizales. En Dabeiba se concentran alrededor de 300 combatientes de la Columna Iván Ríos y el Bloque Efraín Guzmán que operaban en distintas regiones de Antioquia, Caldas y Chocó. El 90% no posee estudios formales –según sus mandos– y lo mismo estiman las voluntarias, quienes hicieron un sondeo para diagnosticar las necesidades educativas de la zona. La mayoría de ellos son jóvenes que no terminaron la primaria, otros jamás pisaron una escuela. Sólo unos pocos cursaron grados de bachillerato y hay una guerrillera que logró hacer secundaria y 6 semestres de psicología mientras cumplía una condena por rebelión en Bogotá. A diferencia de otras Zonas donde se concentran guerrilleros que provenían de las ciudades, algunos con formación profesional, en Dabeiba predominan los combatientes de origen campesino.

“A la implementación de los acuerdos hay que apostarle desde todos los escenarios”, dice Estefanía, la coordinadora de esta iniciativa. “Es un deber de todos que el proceso de paz se jalone desde estos espacios, es fundamental venir, aportarle a unas personas que no tuvieron las facilidades que nosotros tuvimos, que no pudieron asistir al colegio”. Estefanía es estudiante de una universidad pública de Manizales, igual que el resto de voluntarios, algunos de los cuales han participado ya en cinco visitas anteriores a la Zona de Dabeiba. Durante este nuevo ciclo nueve voluntarios aspiran a permanecer 45 días trabajando a diario en jornadas de cuatro horas por la mañana y cuatro por la tarde. Los recursos son autogestionados y el apoyo financiero que recibieron de la universidad alcanzó para comprar materiales y costear los gastos del viaje. Ninguno de los voluntarios cobrará sueldo por su trabajo.

¿Acaso no era el Estado quien tenía que llevar educación a las Zonas Veredales? Estefanía responde que sí, pero aquello no es disculpa para no hacer nada, asegura que iniciativas de individuos u organizaciones son necesarias para rodear los acuerdos de paz y conseguir que la sociedad se comprometa con la implementación. Su objetivo es avanzar la mayor cantidad de grados y saberes desde primaria hasta bachillerato, para certificar a los guerrilleros al final del curso con el apoyo de un colegio de la región cafetera que confió en este proyecto y facilitó su nombre para tal propósito.

“¿Qué pasará con quienes hemos apoyado todo esto si el proceso se rompe? No sabemos”, se responde Estefanía. “Cualquier cosa puede pasar en un país donde no hay las garantías de hacer política, pero es un reto que decidimos asumir”.

Al final de la jornada, Faustino, un negro de dos metros que no sabe leer, se pasea feliz y orgulloso por el campamento enseñando el cuaderno a sus amigos: “Vea, compa, estoy aprendiendo”. Luego contará que cuando era niño tenía que remar ocho horas en canalete para ir a estudiar a Domingodó, que en su juventud fue aserrador y pescador, que ya tiene hijos grandes, que los paramilitares lo persiguieron, lo acosaron e intentaron asesinarlo, que no tuvo de otra sino meterse a la guerrilla, que no hace mucho un tiro le raspó la cabeza combatiendo a orillas del Atrato.

§§§

“Sí importa una imagen del desarme de las FARC”. Ese fue el título con el que se despachó el periódico El Tiempo en un artículo del 11 de junio. De esta manera el principal diario del país hacía eco del ruido mediático de ciertos sectores políticos para desacreditar el proceso de paz, con cuestionamientos incluso al encargado de la Misión de la ONU en Colombia, Jean Arnault. Aunque los negociadores de las FARC repitieron muchas veces en La Habana que no habría fotos de guerrilleros entregando fusiles en pantaloneta, la dirección de la guerrilla le salió al paso a todo el corrillo de rumores y mentiras sobre el desarme y adelantó al 13 de junio uno de los actos simbólicos de dejación de armas que estaban previstos para el día siguiente en todo el país. En la Zona Veredal de La Elvira (Buenos Aires, Cauca), Pablo Catatumbo pronunció un discurso y se tomaron fotografías de los funcionarios de la ONU registrando fusiles, municiones y pistolas a la entrada de uno de los contenedores dispuestos para almacenar el armamento de las FARC. Estas fotografías se difundieron en redes con un eslogan que decía “de las armas a las palabras”.

Hasta ahora había existido un gran hermetismo frente al tema. La primera jornada de dejación del 30% de las armas se realizó el 5 de junio sin permitir el acceso de periodistas, ni siquiera hubo un cubrimiento visual por parte de los comunicadores de la misma guerrilla. El registro se hizo con tranquilidad a lo largo del día y la noche, mientras los combatientes recibían sus certificados y firmaban los documentos pertinentes, pero no se permitió que personas no involucradas se acercaran a los contenedores. Nada parecido a un acto de exhibición con los guerrilleros en pantaloneta posándole al camarógrafo.

“Me siento optimista y hay que ponerle ganas a esto”, dice Patiño, uno de los que ya hizo la dejación de su fusil. “Esperamos que el Gobierno cumpla con lo que se había comprometido, especialmente con los veinte decretos que sacó últimamente, porque al soltar el arma uno queda desamparado, esa era nuestra defensa”. Pero algunos mandos y muchos combatientes ven con preocupación los incumplimientos del Gobierno. Siguen las noticias y el acontecer nacional como han hecho siempre: andan pendientes de los paros docentes, de las protestas en Quibdó y Buenaventura, de la negociación con el ELN y de los asesinatos a líderes sociales. Algunos recuerdan la Unión Patriótica y dicen que no quieren terminar igual. Mantienen la postura oficial de que el proceso es irreversible, pero también aseguran que al Estado lo único que le interesa es cumplir con rigurosidad los plazos de desarme, mientras todo lo demás se queda empantanado. “El problema dizque éramos nosotros, las FARC, ¿y ahora? En un mes ya no tenemos ni un arma”, le dice a Colombia Plural un comandante de otra Zona Veredal que estaba de paso en Dabeiba. “Ya no hay nada qué hacer, para qué hablar pendejadas. Acá nos toca movilizar a la gente y llamar al pueblo para que se manifieste en favor de implementar los acuerdos”.

Tomás Hojeda, perteneciente al Punto Transitorio de Normalización “Alberto Martínez” estima que apenas se ha implementado un 10% de lo pactado. Darlinson, uno de los comandantes del Frente 5, cree que se trata de entender el momento político de transición en que se encuentra el país. “Teníamos claro que le apostábamos a un nuevo escenario de inclusión y reconciliación, para ello era necesario desprendernos de las armas. La expectativa es que haya reciprocidad por parte del Gobierno, hay incertidumbre por tantos incumplimientos”. Los guerrilleros enumeran retrasos en la cedulación y en las obras de infraestructura que están a la mitad según ellos (el contratista asegura que culminó el 85%). Denuncian fallos en la atención de salud que casi cuestan la vida de dos muchachos, también problemas con la comida y el abastecimiento de agua que tuvieron que solucionar ellos mismos durante los primeros días. “Sin embargo, seguimos apostándole al proceso”, asegura Darlinson, “estamos en condiciones de seguir adelante. Las armas aspiramos a no necesitarlas más”.

§§§

–Hice lo que pude.

–Yo escribo muy mal.

–Tengo muy mala ortografía.

La clase de escritura con la profesora Sandra ha concluido. Sandra y Estefanía coinciden en que la principal dificultad no son ni las “aulas” improvisadas sobre la tierra, ni la lluvia que empantana día y noche las instalaciones, ni la falta de materiales y equipamientos, sino la barrera que algunos se imponen a sí mismos. Pero también coinciden en que, a pesar de la timidez, todos muestran una disciplina y disposición total que sería imposible encontrar en espacios educativos convencionales. “El guerrillero es muy disciplinado”, explica Wilson Rentería, integrante de la comisión de pedagogía de paz. Por eso, dice, la guerrilla es como una gran familia. Viven acostumbrados a pasar penurias juntos, a la solidaridad y a respetar los lineamientos trazados por sus jefes.

Sobre las mesas, los cuadernos y los lápices gastados. El único fusil que puede verse en todo el campamento es un M-16 que tercian por turnos los relevos de la guardia. Las armas que quedan están bien custodiadas en un armerillo y otras reposan en el contenedor de la ONU. Hay una frijolera sembrada enfrente. “Mira”, le muestra Estefanía a su compañera, “los míos ya están escribiendo esta palabra correctamente”. Ellas están convencidas que con su trabajo ayudan a la construcción de un país más justo.