Las ausencias duelen

Las ausencias duelen. Un vacío se impone en la mirada y en el cuerpo, sobre todo si son forzadas, más aún si son una práctica impuesta por un Estado responsable de garantizar la vida de sus ciudadanos. Muchas mentiras ha tenido que inventar el Estado colombiano para encubrir el horror de sus acciones. Desbordante ha sido la perversidad que encierran quienes desde el poder pretenden que el tiempo borre los recuerdos y que los seres se vayan haciendo viejos y vayan muriendo sin saber que pasó, por qué sus hijos o hijas fueron raptadas y ocultados sus cadáveres, impidiendo el duelo y el acceso a la justicia.

La crónica de los hechos ocurridos en el Palacio de Justicia en noviembre de 1985 inunda muchas bibliotecas, folio tras folio podría llenar la Plaza de Bolívar de una manera más espectacular que la que pretendió hacer una artista con su tejido con nombres “aleatorios” de las víctimas del conflicto. Los nombres de esta historia son concretos, historias de personas invisibilizadas por el Estado colombiano. Las responsabilidades por acción han sido evadidas, después de 31 largos años, se sigue tirando la pelota de ping-pong en la mesa de juego, donde el Estado se presenta como espectador en lo que se configura como un “concierto para delinquir”. No han importado las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, ni las plegarias de personas que con el mayor sacrificio humano han pedido que los responsables de esta tragedia digan lo que saben. Los padres y madres de aquellos “desaparecidos” durante la retoma han ido falleciendo poco a poco, solo quedan vivos cuatro de 22, y algunos están lo bastante mayores y enfermos para asistir a los actos protocolarios de “perdón” o a las exequias y actos religiosos donde se rinde homenaje a los pocos restos que se han recuperado de esta odisea sin homeros que la narren. Muchos aedas [cantantes de la Grecia antigua] sí hay, pero no unifican su voz en pro de un relato colectivo, de la memoria colectiva, esa que puede iluminar a las futuras generaciones para que no banalicen la historia, el peso mismo de lo acontecido. A propósito de esto me dicen los historiadores que esa materia tan importante ha sido relegada y se enseña dentro de las ciencias sociales como optativa. Gran estrategia de quien pretende que no haya repetición.

“Los huesos estaban bastante calcinados”, “los huesos estaban incompletos” pero, con todo y a pesar de todo, la dignidad sigue intacta. Solo hay que ver a los hijos y a los nietos de estas historias. Unos desaparecidos recobran su identidad, otros que nunca habían sido reportados como “desaparecidos” se esfuman porque los restos que les fueron entregados a sus familiares no eran los suyos. Militares como Plazas Vega recuperan su libertad y salen a pregonar inocencia acusando, denunciando y persiguiendo a sus jueces a nivel internacional, publicando libros con mentiras. Criminales como Bernardo Alfonso Garzón Garzón son presentados como simples “testigos” o “eslabones perdidos” que no quieren hablar -como si no hubieran participado en los hechos activamente con frío cálculo junto a sus superiores- y recuperan su libertad por cuestiones formales como la figura jurídica de “vencimiento de términos” que la Fiscalía General nuevamente dejó vencer, tal como ocurrió en 1997, cuando fueron dejados en libertad otros tres sub oficiales por orden del Juez Militar entonces a cargo del expediente. Así, están libres no porque no sean culpables, protagonistas y partícipes del horror.

De otra parte, la Corte Suprema de Justicia inadmitió el último recurso interpuesto por la familia de Nydia Erika Bautista para acceder a la justicia, por razones formales y acogiendo los argumentos del ex General Velandia, quien pudo actuar en la etapa previa a la admisión de la demanda, contra todo el procedimiento penal que no lo prevé. En esta sucesión de hechos durante la cual el padre de Nydia Érika y su hermano fallecieron y el resto de la familia se vio forzada al exilio por amenazas contra sus vidas, la Corte no encontró que la hermana de Nydia Erika, Yanette Bautista, estuviera legitimada para presentar la Acción de Revisión con la cual pretende que se reabra la investigación penal en un caso en el que el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas condenó a la Nación colombiana en 1995 conminándola a encontrar y castigar a los responsables y proteger a los testigos y víctimas.

La desidia de los funcionarios encargados de “administrar justicia” en Colombia está inclinada en favor de los desaparecedores. Si no fuese así, ¿cómo tantos miles de casos permanecen en la impunidad absoluta?

Uno de los propósitos de los acuerdos de Paz, es implementar una nueva Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas. Esperamos que no pasen tres décadas más entre trámites para que los familiares de estas personas puedan ejercer un duelo necesario y puedan enterrar dignamente a sus desaparecidos.

Hay cosas que asustan en ese panorama “pacifista” que se nos plantea: la Jurisdicción Especial de Paz podrá recibir (sólo por un periodo de dos años), casos para ser investigados. Los riesgos del Posacuerdo son muchos, sobretodo que se ha exigido a cambio de justicia un poco de verdad, pero ¿cuál verdad nos espera?

A propósito del Informe ‘Hasta Encontrarlos’ que publica hoy el CNMH, Andrea Torres Bautista, Coordinadora Jurídica de la Fundación Nydia Erika Bautista, considera que el informe “Hasta encontrarlos” es importante “porque recoge la situación de las desapariciones desde su génesis y a partir de los casos, lo cual refleja la lucha del movimiento de familiares de víctimas y recoge sus logros como, por ejemplo, la legislación. Es el primer informe por parte del Estado que reconoce la sistematicidad y generalidad de las desapariciones forzadas como uno de los delitos más graves que han ocurrido en el marco del conflicto y fuera de él y será un instrumento valioso para las víctimas y las organizaciones de familiares por ser un reconocimiento institucional de la existencia de las desapariciones forzadas desde la perspectiva de las víctimas porque la fuente de investigación son los propios casos”.

Si hoy en día se reconoce la desaparición forzada de personas más grande ocurrida en el Continente, es gracias a las terquedad de las familias que han expuesto el dolor permanente que significan las ausencias «forzadas» de sus seres queridos.

 

*Poeta, documentalista y fotógrafo. Miembro de la Fundación Nydia Erika Bautista para los derechos humanos y del Movimiento H.I.JO.S. Becario del Programa “Escritores en el Exilio” del PEN Alemania desde 2014 hasta la fecha.