Un niño de la guerra, un hombre para la paz

Antonio entró propia voluntad a la guerrilla a los 12 años. Esta es su familia, su presente y su futuro: “No nos desmovilizamos… nos movilizamos”.
Paco Gómez Nadal  | Sabanas de Yarí

Los guerrilleros y guerrilleras que habitan temporalmente el campamento más tranquilo que recuerdan -el de los Llanos del Yarí- están un poco abrumados. Camarógrafos, fotógrafos y reporteros los buscan con cierta ansiedad. “Ayer una mujer se cayó al tratar de tomar una foto encaramada en la cocina para tomar unas imágenes desde arriba… yo imagino que es como ansiedad… como que esto les genera mucha curiosidad”, me comenta un guerrillero del Bloque Sur mientras protege con una tela su AK-47 cuando el agua se descuelga de forma contundente en esta sabana donde mandan el cielo y las distancias. Este, además, es el hogar habitual del Frente Teófilo Forero pero acoge a guerrilleros de diversas zonas del país entre los que predominan los del Bloque Sur y los del Oriental.

Antonio es del Bloque Sur y está en su caleta compartiendo charla con un camarada del Oriental. “Primera vez que nos vemos y andamos compartiendo”. Hace unos años Antonio habría sido sujeto de la devolución de niños soldados que las FARC-EP comenzó hace unos días. Ya no. Tiene 22 años, es un hombre que aprendió “todo en la organización”. En una pequeña libreta muestra sus anotaciones de las clases que hoy recibe como lo hace desde que a los 12 años decidió incorporarse a las FARC. Qué es la esclavitud o el feudalismo, o la lucha de clases, o la razón para tanta disciplina, algunas notas sobre Marx o Lenin… Cuando salió de su Cartagena de Chairá natal (Caquetá) para subirse al monte dejó a 10 hermanos, uno gemelo,  a su mamá y a su papá. No ha vuelto a verlos, pero sí ha hablado con ellos. “Yo creo que cuando nos reencontremos se sentirán orgullosos de tener un hijo y un hermano que ha estado todos estos años en la organización luchando por lo nuestro, lo de los campesinos”.

 

– ¿Cómo definirías lo que está pasando en estos Llanos…?

Emocionante, es muy emocionante. Histórico pues… Imagine que  estamos a punto de firmar la paz y eso es lo más importante para Colombia. Yo creo que la paz va a ser el mayor regalo que le podemos hacer a las madres esta Navidad.

-¿Y tú qué esperas de la desmovilización?

Es que no nos demovilizamos… nos movilizamos. La historia no se puede parar. Nos movilizamos a las ciudades, a las veredas, ahora sin armas, pero acá nadie se está desmovilizando…

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Las lecturas que Antonio carga en el morral. Foto: P.Gómez Nadal

«Lo que nosotros hemos aprendido es la solidaridad y creo que la vida civil que se nos viene es entregarse a la sociedad»

– Es decir, que tú quieres seguir en la organización…

Pues claro… a lo que venga, a trabajar con la gente, para eso me he formado. Lo que nosotros hemos aprendido es la solidaridad y creo que la vida civil que se nos viene es entregarse a la sociedad y yo estoy listo para eso.

– Pero llevas casi la mitad de tu vida acá, en la vida del campamento, con un contacto limitado con la vida civil… ¿no lo vas a echar de menos?

Sí, claro… la vida aquí, fuera de los sufrimientos de la guerra, es algo bonito. Aprendemos que ‘si yo te trato bien tú me tratas bien’, pero no le tengo temor a lo que se nos viene… No nos vamos a olvidar de lo aprendido, de la solidaridad, del espíritu de las FARC. Si estamos en esto es por una conciencia muy clara de lucha y yo quiero seguir en el movimiento político.

– ¿Cuál crees que será tu papel?

Nunca he pensado ser alguien grande, sino en servir a mi pueblo. Nosotros no aspiramos a tener plata ni a ser alcaldes o gobernadores. Me hace ilusión ayudar a que la gente nos conozca, que sepa cuál es nuestra visión del país… Nos toca hacer que todos los colombianos sepan cómo somos, que nos conozcan, que nos entiendan. Yo sé que es una tarea ardua, como diría Ho Chi Ming, pero espero que las mentiras se derrumben.

– ¿Qué mentiras?

Pues las de los medios, que nos han mostrado como personas bárbaras, como si tuviéramos cachos. Ahora toca que los colombianos de las ciudades nos conozcan. Es como si yo nunca he ido a una ciudad y usted me guía para enseñármela, pues igual. Hay que guiar a la gente para que esas mentiras se derrumben.

 

Una entrevista en dos direcciones

Antonio también me pregunta a mi: que cómo vivo, que si le cuento cómo es una ciudad grande, qué cómo he visto yo la Conferencia. Estamos conociéndonos… a penas un primer paso para reconocernos. Antonio es normal, tan normal como cualquiera… o tan raro como cualquiera. Está soltero, le gustaría estudiar algo de tecnología o de ciencia -“porque la ciencia explica cómo es que son las cosas”-, pero su vida no empieza cuando termine la vida guerrera porque él siente que se ha hecho en los campamentos, en los buenos momentos -como en los que aprendió a escribir y a elegir sus lecturas- y en los malos –como aquella emboscada en un río, en una zona llamada Santo Domingo, en el municipio de Cartagena de Chairá, que ocurrió hace tres años y no se le va de la cabeza: “Salimos de milagro. Eso es mucho el pánico”-. Antonio dejará de ser Antonio si los 180 días de concentración van bien, porque allá recibirá su cédula colombiana, que no lo hace más colombiano, pero sí le abre la puerta a la vida civil legal.

-¿Qué le dirías a los que piensan que si entraste a la guerrilla a las 12 años es que te forzaron?

Yo sé lo que dicen de los niños, pero yo llegué sabiendo lo que hacía.

«Un campesino como yo, a los 12 años ya siente la falta de apoyo del Estado»

-¿A los 12 años…?

Sí, a los 12 años. Un campesino como yo, a los 12 años ya siente la falta de apoyo del Estado, que nunca tendrá derecho a la educación de verdad, que está condenado a vivir como sus papás… con muy pocos recursos pero más que nada como sin dignidad. A mi me decían… no ingrese que es muy duro. Es verdad que es duro, los trasnochos, las caminatas (recuerda una de 300 kilómetros que les costó dos mese y medio de sufrimiento), la mojadera… pero yo decidí venirme no enamorado de un fusil, sino consciente de todas las limitaciones que tenemos los campesinos. Mis papás creo que lo entienden, aunque no los he visto desde entonces sí he podio hablar con ellos varias veces. Ellos saben que ‘criamos hijos, condiciones no’.

 – Otros niños campesinos como tu, cuando crecieron un poco, entraron al Ejército y han sido tus enemigos… ¿qué piensas de ellos?

Los soldados son hijos de campesinos, quizá se sumen al Ejército por un sueldo, para conseguir la comidita o para mantener a la familia. Muchos de ellos no llegan ahí por odio o porque quiera luchar contra nosotros. Ellos (los soldados) no son culpables de que nos matemos los hijos de los pobres.

– ¿Quién es el culpable entonces?

Pues el Estado, las dirigencia política y la económica… siempre ellos con sus políticas destructivas y nosotros, los hijos de los pobres, matándonos entre nosotros. Gente como Álvaro Uribe y su Plan Patriota…

«Yo hasta me sentaría con Uribe, estaría dispuesto a hablar con él para saber por qué tanta agresión contra el pueblo, tanto paramilitarismo, tanto falso positivo…»

– Ya, pero la guerra en las trincheras, en los campos, la han hecho ustedes, los hijos de los pobres…

Las heridas de la guerra se pueden superar. Si antes nos disparábamos, ahora debemos dialogar, conocernos, entender por qué cada uno piensa como piensa. Hay que saber toda la verdad porque todo tiene un comienzo y ahora debe tener su final. Yo hasta me sentaría con Uribe, estaría dispuesto a hablar con él para saber por qué tanta agresión contra el pueblo, tanto paramilitarismo, tanto falso positivo…

 – ¿Tienes miedos respecto a lo que sigue ahora, a la implementación de los acuerdos?

Miedo al proceso no debemos tener. Inquietud sí ante la masa destructiva en Colombia, que han sido los paramilitares. Yo pienso que para terminar con ese fenómeno toca organización social, que todos los colombianos unidos podamos presionar para su final.

 

Arrecia la lluvia, que golpetea con violencia en el techo de tela de la caleta de Antonio. Esta es una buena caleta porque es la que se construye cuando el campamento es tranquilo, de larga duración. Una base para dormir hecha de tierra, un plástico negro sobre esa base y “la cama”, una cobija y unas sábanas en las que no hay complejos resortes para cuidar la espalda. Los guerrilleros tienen lo que cargan y no pueden cargar mucho (aunque las 40 libras que suele pesar un morral no muy lleno podría doblar la espalda de cualquier habitante de la ciudad con colchón de resortes). Además de la poca ropa en buen estado, “la cama” y un radio, del morral de Antonio sobresalen varios esferos y libros: Descamisado, de Enrique Acebedo, el programa agrario del Partido Comunista de Colombia con encuadernación casera hecha en el bloque, y un librito en láminas emplasticadas con la historia de Manuel Marulanda.

En la sede de la X Conferencia de las FARC-EP se respira una delicada combinación  de alegría esperanzada y de temor razonado. En la noche me vuelvo a encontrar a Antonio mientras espera que comience el concierto que cada noche rompe la rutina asamblearia. Sobre el escenario pasan muchos grupos pero todos repiten algunas palabras, algunos deseos: paz, justicia, vida en paz, respeto de la madre tierra y siempre salpicados de varios vivas a Colombia. Antonio es de los 500 guerrilleros de base que están viviendo este momento “emocionante, histórico”. Y en él quiere continuar: “Entre todos podemos hacer que esto funcione”.