Santos recibe el Nobel sin aludir a los problemas del proceso
El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, ha recibido en Oslo el Nobel de Paz con un discurso humanista cargado de llamadas al perdón, la reconciliación, la convivencia y la inclusión. Un discurso ambicioso en el que ha apostado por ir más allá y buscar la paz del mundo: “hacer posible lo imposible”. Un discurso en el que da por conseguida la paz en el país -«el sol de paz brilla, por fin, en el cielo de Colombia”-, pero en el que, sin embargo, ha omitido cualquier alusión a los problemas que enfrenta el proceso: ni la incertidumbre por los retrasos en la implementación y sus amenazas legales, ni los asesinatos de líderes sociales ni la pendiente paz urbana ni la creciente presencia de paramilitarismo o el genocidio de la UP. Para el presidente, “la guerra que causó tanto sufrimiento y angustia a nuestra población, a lo largo y ancho de nuestro bello país, ¡ha terminado!”.
Quien sí ha reconocido que falta “un largo camino por recorrer” y los “problemas que Colombia tiene que solucionar” es el propio Comité Noruego, en palabras de su presidenta, Kaci Kullmann, de cuyo discurso se desprende el firme reconocimiento a Santos y su perseverancia pero sin que el premio sea un cheque en blanco. “Después de más de 50 años con un conflicto amargo, uno no puede esperar obtener reconciliación auténtica de la noche a la mañana. El superar la desconfianza profunda y el sentimiento de estar excluido es una tarea formidable. Por lo tanto invitamos a todos los colombianos a seguir el diálogo nacional y seguir en el camino hacia la reconciliación”. El comité advierte: “Los compromisos políticos rara vez son perfectos en su equilibro. Los acuerdos de paz son especialmente difíciles de equilibrar”. Y a eso le añade la necesidad de iniciar el trabajo “pronto”.
Revisar la política de drogas
De cara al futuro una sola idea concreta por parte de Santos, la “urgente necesidad de replantear la guerra mundial contra las drogas”, y el reconocimiento de que Colombia debe cambiar su estrategia. “Tenemos autoridad moral para afirmar que, luego de décadas de lucha contra el narcotráfico, el mundo no ha logrado controlar este flagelo que alimenta la violencia y la corrupción en toda nuestra comunidad global”. Y un tirón de orejas a su tradicional ‘aliado’ en la política contra el narcotráfico: “No tiene sentido encarcelar a un campesino que siembra marihuana, cuando –por ejemplo– hoy es legal producirla y consumirla en 8 estados de los Estados Unidos”.
“La forma como se está adelantando la guerra contra las drogas es igual o incluso más dañina que todas las guerras juntas que hoy se libran en el mundo”, ha asegurado Santos que también se ha comprometido a acabar con todas las minas antipersona de Colombia para el año 2021.
Las víctimas y las FARC
Las palabras de Santos han estado cargadas de optimismo y conciliación. Ha citado en sus agradecimientos no sólo al Comité de los Nobel que con el premio dio un impulso definitivo al proceso -“un regalo del cielo”-, sino a su familia, a las FARC, a las Fuerzas Armadas, a los negociadores del proceso y a los valedores internacional. Y sobre todo, a las víctimas. “Ésta es la gran paradoja con la que me he encontrado: mientras muchos que no han sufrido en carne propia el conflicto se resisten a la paz, son las víctimas las más dispuestas a perdonar, a reconciliarse, y a enfrentar el futuro con un corazón libre de odio”.
Ha sido uno de los momentos más emocionantes del acto. El presidente ha mandado poner en pié a los representantes de las víctimas que le han acompañado a Oslo y un cerrado aplauso les ha rodeado, cogidos de las manos: Entre ellos Pastora Mira García, Liliana Pechené, Fabiola Perdomo, Ingrid Betancourt, Clara Rojas, Hector Abad o Leyner Palacio. En este último, víctima de la masacre de Bojaya que le arrebató a 32 familiares, ha ejemplarizado el presidente la posición imprescindible de las víctimas en el proceso y la actitud de reconocimiento de daño y petición de perdón que las FARC. “Las FARC han pedido perdón por este hecho atroz, y Leyner, que ahora es un líder comunitario, los ha perdonado”. Pero en Bojayá siguen esperando el reconocimiento de responsabilidad del Estado, que a pesar de las reiteradas alertas no tomó medidas de protección para la población. El alto comisionado de paz, Sergio Jaramillo, reconoció el 6 de diciembre de 2015, durante el acto de perdón de las FARC, que el Estado debe reconocer su responsabilidad en esa masacre y un año después las comunidades de Bojayá siguen esperando.
“Las víctimas quieren la justicia, pero más que nada quieren la verdad, y quieren –con espíritu generoso– que no haya nuevas víctimas que sufran lo que ellas sufrieron”, ha dicho el presidente para insistir en que uno de los ejemplos de este proceso de paz ha sido precisamente que “es el primero en el mundo que ha puesto en el centro de su solución a las víctimas y sus derechos”.
También palabras concretas para las FARC, “mis adversarios, que demostraron una gran voluntad de paz. Yo quiero exaltar esa voluntad de abrazar, de alcanzar la paz, porque sin ella el proceso hubiera fracasado”. Santos no ha citado a ninguno de ellos en concreto. Sí apuntó que una de las claves para consolidar el diálogo de paz fue, precisamente, «dejar de ver a los guerrilleros como enemigos, para considerarlos simplemente como adversarios».
Quien sí citó a los responsables de la guerrilla fue la presidenta del Comité Noruego del Nobel, Kaci Kullmann, quien reconoció al líder de la guerrilla Rodrigo Londoño -Timochenko- por “haber lamentado tan claramente y sin reserva los padecimientos que las FARC han causado a la población civil y pedir el perdón del pueblo colombiano. Este es un ejemplo a seguir”. Hay que recordar que la nominación inicial del Nobel incluía a Timochenko y a cinco víctimas, aunque al final el premio solo recayó en Santos.
A Oslo han viajado las víctimas y el equipo negociador del Gobierno, pero ningún representante de las FARC porque su situación jurídica en Colombia no se ha solucionado, explicó ayer en rueda de prensa Santos, quien sostuvo que están «en corazón y en alma».
El discurso pacifista
Santos ha dado la imagen que requiere el premio, la de un gran pacifista, y sus palabras han estado regadas de esa idea y alusiones a los galardonados anteriores y sus logros como ejemplos a seguir. Ahora, para el presidente “la guerra no puede ser de ninguna manera un fin en sí misma”, es tan solo un medio que hay que evitar. “Es insensato pensar que el fin de los conflictos sea el exterminio de la contraparte. (…) La victoria final por las armas –cuando existen alternativas no violentas– no es otra cosa que la derrota del espíritu humano”.
El presidente ha destacado que lo dice por experiencia propia y ha recordado que como ministro de Defensa también lo tocó combatir con “efectividad y contundencia” a los grupos armados ilegales. Una contundencia a la que también aludió el viernes durante una rueda de prensa en la que le preguntaron por el escándalo de los ‘falsos positivos’ desatado durante su trabajo como ministro. Ni entonces ni hoy aludió a las denuncias de impunidad que siguen pesando sobre el Estado. Hoy sí ha dicho que es “insensato pensar que el fin de los conflictos sea el exterminio de la contraparte”.
De nuevo quién sí aludió a hechos “incómodos y dolorosos” fue Kaci Kullmann quien insistió en que reconocerlos es la “base para una reconciliación nacional. “Durante demasiado tiempo los recuerdos de las víctimas de abusos, asesinatos y delitos fueron o bien un tabú o una fuente adicional de contienda y enemistad entre las partes. El deseo creciente de paz en la población nunca podría haber hecho realidad sin romper este círculo vicioso”.
Inclusión y diversidad… y una mirada a mundo
En ese halo pacifista del presidente, la paz en Colombia se queda pequeña. Por eso ha puesto su mirada en el mundo. “Si la guerra puede terminar en un hemisferio, ¿por qué no pueden algún día los dos hemisferios estar libres de ella?”. Su respuesta: “El acuerdo de paz en Colombia es un rayo de esperanza en un mundo afectado por muchos conflictos y demasiada intolerancia”. “Es una demostración de que lo que en un principio parece imposible –si se persevera– se puede volver posible, incluso en Siria… o en Yemen… o en Sudán del Sur”. “Con este acuerdo podemos decir que América –desde Alaska hasta la Patagonia– es una zona de paz”.
Para lograr ese propósito, Santos abogó por cambiar” la cultura de la violencia por una cultura de paz y convivencia” por cambiar “la cultura de la exclusión por una cultura de inclusión y tolerancia”, encontrar el camino del perdón y al reconciliación en un mundo donde los conflictos “se alimentan por el odio y los prejuicios”. Y el presidente fue más allá, con un tono muy alejado de su imagen tradicional “en un mundo en que se cierran las fronteras a los inmigrantes, se ataca a las minorías y se excluye a los diferentes, tenemos que ser capaces de convivir con la diversidad y apreciar la forma en que enriquece nuestras sociedades”.
“Nuestro pueblo se llama… el mundo, y nuestra raza se llama… humanidad”, dijo el presidente de un país donde el racismo es la tónica general del devenir diario y una de las bases de sus desigualdades. Un país en el que parte del discurso contra el Acuerdo de Paz ha sido la inclusión del enfoque de género y los prejuicios hacia las comunidades LGBTI.