De sí propios inflados
Anuncia el presidente Iván Duque que el país podrá aventurarse a la activación de la vida productiva pero no a la vida social. Esta interpretación diseccionada que el mandatario hace del país presenta un escenario prometedor para que las ya denunciadas fauces extractivistas y expoliadoras de recursos se engolosinen a sus anchas sin el obstáculo de la resistencia de comunidades y organizaciones.
El presidente anuncia su beneplácito para la economía productivista y su desprecio hacia la economía política. Escatima el largo registro de comprobaciones históricas que demuestran la correlación directa entre la estrategia económica neoliberal y la ocasión de profundos daños sociales. O ¿acaso no ha sido mostrada con suficiencia la forma en que coinciden sobre el mapa del país la sistemática violencia política contra comunidades rurales y el interés económico de empresas inversionistas en los territorios que ellas habitan?
Economía y vida social suponen una interacción difícil de obviar al momento de tomar decisiones gubernamentales de calado, aún más en este momento en que el protagonismo mediático de la pandemia pareciera distraer la atención que debiera dedicarse al incremento de la violencia contra comunidades y líderes. La sustentación de esas decisiones debería ser expuesta con profundidad y sobre unos mínimos de praxis realista, toda vez que la emergencia sanitaria ha desvelado la tremenda deuda histórica que en materia de justicia social tiene el Estado con las grandes mayorías marginadas del país y que, para empezar, significa un impacto diferenciado en la letalidad del virus dentro de la población.
El gobierno se ha declarado desde el primer momento preocupado por salvaguardar los intereses del sistema financiero y de la red de salud privatizada. En un alarde de arrogancia centralista, ha tomado los fondos de ahorro y pensiones de las regiones para entregárselos al ministro de Hacienda Alberto Carrasquilla, uno de los funcionarios más seriamente cuestionados por corrupción y ocultamiento de patrimonio (sólo basta recordar su vinculación en la lista de Panamá Papers). El desastroso ministro ya dedica esos recursos a desarrollar operaciones de apoyo a la liquidez e inversiones en instrumentos de capital y deuda, además de inventarse un programa de asistencia a familias -Ingreso Solidario-, que apenas transcurridas 72 horas desde su lanzamiento fue desenmascarado como un fraude cuantificado en varios miles de millones de pesos. Ni él, ni ninguna de las entidades oficiales comprometidas han asumido aún ninguna responsabilidad en ello.
La emergencia del Covid-19, además, vuelve a poner al descubierto la duda razonable acerca de la legitimidad de la actual administración, así el propio gobierno se esfuerce en hacer de la propia pandemia un distractor para encubrir la naturaleza de sus amoríos con el mundo del hampa. Evasivos y como si con ellos no fuera, los líderes del Centro Democrático, Uribe y Duque, no aclaran los estrechos nexos con la mafia costeña inferidos fácilmente de las grabaciones de una conversación entre la cercana colaboradora del primero, María Daza, con el tenebroso mafioso “Ñeñe” Hernández, pieza clave en el amaño de las elecciones en que resultó ganador el segundo.
Colombia parece que será sometida una vez más a humillaciones y desdichas por estos personajes alistados en las nóminas del delito, manipuladores de la opinión y expertos en el diseño permanente de una arquitectura paraestatal a la medida de su afán de dinero. El llamado “confinamiento inteligente” abre una época de oro para que buena parte del dinero proveniente de organizaciones delictivas se incorpore al circuito de lavado de activos que, según estimaciones del Banco Mundial, representa un 7,5% del PIB. Según Stradata AML, si se aplicase este porcentaje al PIB del 2016 (calculado en 855 billones de pesos) el blanqueo de capitales proveniente de actividades delictivas en Colombia para ese año sería de 64 billones, monto suficiente para ubicarse como segunda gran empresa, por encima de Bancolombia y solo superada por Ecopetrol. Es indudable el peso específico de esta cifra en la economía del país.
Es bien conocida la creciente presencia de los carteles de droga mexicanos en territorio colombiano. Controlan la vida social y económica de amplias zonas. Los Sinaloa, los Jalisco Nueva generación o los Zetas llegaron desde hace años para jugar un papel importante como fuente de financiación para grupos armados ilegales, redes de corrupción en la administración pública y mantenimiento y expansión de la minería ilegal. Algunos estudiosos calculan sus ingresos anuales por un monto superior a los 500 mil millones de dólares (casi cuatro veces el valor de la deuda externa de Colombia).
La mesa entonces está servida y a pedir de boca: un gobierno familiarizado con las mañas tramposas, unas medidas que encierran a la gente pero que libera canales para la circulación de dinero, molestos liderazgos sociales sometidos por la violencia, la expresión de la veeduría ciudadana fuera de las calles y un montón de dinero ilegal que espera ser blanqueado para aumentar el poder de los capos, y de paso, rellenar los huecos fiscales que haya de generar la contracción de la economía mundial que posiblemente generará la pandemia.
Si ya desde antes el endiosamiento de la mafia y la veneración a sus monedas habían encontrado sitio cómodo en los salones del poder, ahora dispondrán de habitación de lujo para una larga convivencia. No hay catadura moral en este gobierno para rechazar los ofrecimientos que provengan de estas máquinas fabricantes de dinero. Habrá francachela de billetes marcados con tinta de sangre y miedo.
El anuncio liberador de la productividad económica y de la confinación extendida para la vida social, contiene un silencio cómplice con la maldad. Se regodea de sí mismo en su vanidad decisora sobre las vidas de otros y exhibe su antiguo apetito por vituallas más excelsas. Cuánto evoca a aquel Banquete de Tiranos descrito por Martí hace más de un siglo: “Hay una raza vil de hombres tenaces, de sí propios inflados, y hechos todos, todos del pelo al pie, de garra y diente (…)”.
**Cantautor en el exilio