Cajamarca: la pesadilla de Midas

No sé si recuerden, pero la mayor parte de los cuentos infantiles pasan por un cierto personaje (rey, príncipe o plebeyo) que tenía o conseguía grandes tesoros. Incluso uno de ellos, de las tiras cómicas de Disney, el muy fastidioso Tío Rico Mac Pato, tenía por afición nadar entre las monedas doradas que guardaba en un edificio con cara de alcancía. Cada genio y duende que se aparecía para conceder deseos, terminaba ofreciendo posesiones al humano que le tocaba en suerte. Al parecer tener dinero, piedras preciosas, tierras, palacios y sirvientes ha sido desde siempre un sinónimo de felicidad, o por lo menos de cosa deseable.

Muchas cosas han cambiado, otras no tanto. Hoy, con más de 7.000.000.000 de personas (con los ceros se aprecia mejor la dimensión de la plaga) poblando este planeta -todas impulsadas por el paradigma del progreso, la productividad, el crecimiento y el desarrollo-, la huella de nuestra presencia, en particular la de nuestros desperdicios, que ya no se limita a lo que produce nuestro intestino, sino a todos los productos y subproductos con los que se alimenta la máquina industrial que mantiene masturbado nuestro ego, van llenando ya no solo los vertederos de basura, sino también, -quién lo creyera-, el aire que respiramos y hasta los océanos, que creíamos infinitos.

Hasta no hace mucho creíamos que podríamos poner todo bajo el tapete, que el río se llevaba las cosas a otro lugar, lejos de nuestra vista. Pero resultó que no había realmente “otro lugar” fuera de este lugar, la Tierra, con todo y lo grande que es, también podía ser llenado con nuestra basura, con nuestra estupidez, y ya no hay otro lugar a dónde escondernos. Nuestros desperdicios nos están llegando a los pulmones, en forma de micropartículas de aditivos de gasolina y diesel; a nuestro estómago, en forma de residuos de mercurio, cadmio, arsénico, pesticidas de todos los colores o plástico vulgar, que nos bebemos en el agua que contaminan los mineros –legales e ilegales- o en los músculos de las vacas, pollos o pescados que a su vez los habían consumido de plantas, agua y animales de su entorno.

Hay gente que ya lo está entendiendo. Así nos lo demostraron en Cajamarca (Tolima), este fin de semana, sus pobladores, votando casi unánimemente en contra del proyecto que piensa (y que hará todo lo posible por conseguirlo) convertir una tierra fértil, productora de agua y alimentos, en unas montañas estériles y envenenadas, para poder sacar, como no, el precioso oro. Precioso, dicen, como si la vida no lo fuera más. No entienden, del otro lado, los próceres del capital, por qué no desean los pobladores sacar esa riqueza que esconde el suelo. Tal vez sea porque en Cajamarca ya se enteraron que esa “riqueza” no se queda allá y que después de que se acaben los contratos de prestación de servicios, no quedará nada más que la posibilidad de que el desastre ambiental se haga más grande, como ocurrió ya en Brasil, o en su tocaya Cajamarca en Perú, o acá mismo, en La Guajira. Nada, ni río, ni bosque, ni vida.

Cuando el constituyente primario, la gente, decide en contra del capital ya no es digna de la democracia

Pero ellos insisten. Y no solo los que pueden salvarse temporalmente (aunque tarde o temprano los alcanzará su mierda) comprando aguas hiperfiltradas o alimentos no envenenados a precio de oro o aire embotellado, no. También insisten, como insisten en esas ciudades como Medellín, ciudades que ya los están matando (8 personas diarias, 4 veces más que por homicidios). Los muertos, claro, son los más débiles, los chicos, los viejos y los menos nutridos.

Pero prefieren indignarse por un rapero que visita la tumba de un narco, que eso es más popular. La restricción vehicular impuesta ante la nueva emergencia ambiental (la cuarta de este año que apenas acaba marzo) no duró ni una semana, porque los empresarios se enfurecieron. Como se estarán enfureciendo los buenos muchachos de la Anglo [Gold Ashanti], pidiendo salidas jurídicas que anulen lo que manda el constituyente primario, la gente, que cuando decide en contra del capital ya no es digna de la democracia. Curioso que un país que está acabando una guerra de 50 años esté tan dispuesto a volver a sembrar nuevos conflictos.

El rey Midas fue tentado por un duende que le ofrecía un “lo que desees” y pidió como deseo que todo lo que toque se convierta en oro. Y feliz se fue tocando sus muebles, las paredes, la fuente, el árbol. Su risa se acabó cuando su comida, al tocar su boca se convirtió en ese metal amarillo, y se dio cuenta de que no se la podía comer. Y entendió su estúpido error cuando tocó a su hija y quedó hecha una brillante estatua.

Para su bien, el duende le ofreció un control + z y pudo deshacer lo hecho. Tal vez nosotros no tengamos esa fortuna.

 

*Fotero todo tiempo, escribidor de cuando en vez. Bobo desde 1968. No perfore el envase.