El negocio de la paz

Alguien me dijo hace no mucho que la guerra sólo sería posible cuando fueran tan rentable (económicamente) como la paz. Es decir, que quizá no estemos hablando de derechos humanos, ni de reconciliación, ni de construir un nuevo país. O quizá de eso estemos hablando algunos, esperando, con cierta ingenuidad, que el establecimiento nacional y las élites internacionales vayan por el mismo lugar.

No parece que sea así. Como ha explicado en innumerables ocasiones Alfredo Molano, para que el acuerdo con las FARC haya sido posible –además de no discutirse el modelo económico- se ha debido garantizar a las fuerzas militares que su negocio va a seguir siendo muy lucrativo. No es a ellas a las únicas que hay que mantener contentas.

El presidente, Juan Manuel Santos, se ha paseado por la estación de esquí de Davos orgulloso de lo conseguido y dispuesto a garantizar a los poderes económicos globales que ahora sí, que Colombia será el país de Jauja para inversores y aventureros. Santos, que adapta el discurso según las circunstancias, aseguró en Suiza que el mayor aporte a la paz es “la confianza que genera el sector privado” (no se refería, seguro, al sector privado que aparece en expedientes de la fiscalía como financiador y cómplice del paramilitarismo, ni al sector privado que coimea para conseguir negocio con el Estado…). Regalaba los oídos así a un tipo que no conocemos pero que será nuestra salvación. El director ejecutivo de Nestlé, Peter Brabeck-Letmathe, nos prometió la salvación a punta de café. No importa que esta empresa sea uno de los peores azotes del medio ambiente mundial, ni que funcione con políticas de monopolio, ni que establezca precios y reglas del juego a pequeños campesinos y ganaderos… ahora lanzará un café con el nombre de “Aurora de Paz” con el que, sin especificar cómo, va a ayudar, dice el señor de apellido imposible, a 35.000 campesinos de Caquetá.

Dejando a un lado el nombre melcochudo de la marca, parece evidente que Nestlé quiere marcar el ritmo del negocio de la paz: jugosos beneficios a costa de una marca poderosa y ya desgastada antes de existir –paz- con negocios camuflados en eso tan hipócrita y pernicioso como es la Responsabilidad Social Corporativa.

¿No era el estado el que iba a hacer una reforma rural integral para que esos 35.000 campesinos de Caquetá tuvieran futuro?

No, el señor Peter Brabeck-Letmathe nos explicó en Davos –en un foro que no engañaba a nadie: “invirtiendo en paz- que “Colombia es un país bien establecido, pero al interior se tienen un áreas frágiles, donde hay desempleo y pobreza extrema”. ¿Qué significa estar bien establecido? ¿Qué es el interior? ¿Se referirá al interior de Ciudad Bolívar o de Suba? ¿Hablará del interior de las calles donde duermen miles de indigentes al raso a unos cientos de metros del Palacio de Nariño?

El negocio de la paz nos va a traer muchos episodios tragicómicos, desagradables. Estoy seguro. Por un lado, veremos a empresarios tiburón disfrazados de pargos rojos ocupando los espacios dejados por las FARC y que el Estado –siento anunciarlo- no va a ser capaz de copar. Dentro de esos empresarios “inversores de paz” quizá podamos incluir a los capos narcoparamilitares, que ya se han adelantado a Davos y hacen festín con los sembradíos de coca que ya no tienen la tutela fariana.

Pero también veremos avanzar al próspero negocio de la paz en el voluntarioso sector de la cooperación internacional. Colombia no va a recibir ni la décima parte de otros procesos de paz en el mundo, pero esa mínima “inversión en la paz” supone una fuerte inyección de plata en un país con un “interior con áreas frágiles, desempleo y pobreza extrema”. ONGs fantasma, fundaciones de papel, alcaldes angurrientos, funcionarios internacionales en busca de un país que salvar sin salvarlo (porque de hacerlo perderían el empleo)… La paz es un gran negocio. El problema, como en todo negocio del capitalismo, es que los beneficios no suelen ser para los consumidores, sino para los accionistas.

Nestlé es pionera en esta paz aún sólo nombrada y Santos regresa de Davos henchido de emoción y cargado de promesas que generan “confianza”. Sólo espero que esa confianza no se parezca a la que han traído las empresas mineras canadienses o estadounidenses, o a la confianza de las multinacionales españolas que se quedaron con los servicios públicos de tantas ciudades, o a la confianza que está gentrificando Buenaventura en honor del gran negocio del transporte de mercancías, o a la confianza de las alianzas “público-privadas” que Peñalosa está consagrando para mayor pérdida de la ciudad de Bogotá.

En el negocio de la paz habrá perdedores. ¿Adivine quiénes serán?

 

*Periodista y coordina Colombia Plural y la Escuela de Comunicación Alternativa de Uniclaretiana