La idea de que el arte eurocéntrico es cultura y lo que hacen indígenas y afros es sólo folclor retrata la forma desigual en la que se registra la producción artística de los pueblos indígenas y afrodescendientes frente a lo que se hace en las academias de arte, se expone en museos o se oferta en los grandes centros culturales del país. En la actualidad muchas personas subestiman las prácticas culturales de resistencia de estos pueblos, reservándoles muchas veces el lugar del entretenimiento y la exotización.
Mientras esta idea desigual ronda en el imaginario colectivo, los pueblos indígenas y afros hacen uso de su tradición artística como una herramienta que funciona en varias dimensiones: espiritual, cultural, política y sanadora. Una muestra de ello, es que en medio de la agitada movilización social que vive Colombia por los altos y bajos del proceso de paz, algunos escenarios urbanos y rurales se han impregnado de las diversas manifestaciones artístico-culturales de estos pueblos, para dejar la huella en el lienzo de acciones políticas encaminadas a las transformaciones sociales y estructurales que se debate el país.
“Toribío no es como lo pintan, es como nosotros lo pintamos”.
Hace un mes se realizó en Toribío, Cauca, la Segunda Minga Muralista del pueblo indígena Nasa. En el 2010 se hizo la primera versión que se resume en lo expresado por indígenas Nasa en ese momento: “Toribío no es como lo pintan, es como nosotros lo pintamos”.
«Toribío ha tenido muchos embates por la guerra, por las Bacrim [paramilitares], por el tema del narcotráfico, y lo que queremos con eventos como la minga muralista es fortalecer la resistencia indígena y mostrar a la comunidad cosas positivas«, explica Edwin Julicué, indígena Nasa y coordinador administrativo del Centro de Educación, Capacitación e Investigación para el Desarrollo Integral de la Comunidad (CECIDIC), entidad indígena que convoca esta gran apuesta muralista. Edwin Julicue a su vez resalta que con la segunda minga muralista se hace uso del arte para «mostrar al mundo lo que estamos haciendo, se pintaron varios líderes que han sido asesinados, se fortalece la lengua, pues todos los murales tienen nombres en Nasa Yuwe que es el idioma propio Nasa».
Esta actividad, que logra darle vida propia a las paredes de Toribio, fue acompañada en esta segunda versión por el Centro Nacional de Memoria Histórica.
“La minga como su nombre lo indica es un trabajo comunitario, pero con base en la cultura y el arte, con el muralismo específicamente”, dice Ana María Cuesta del Colectivo Dexpierte que fue una de las colectividades invitadas a la minga muralista. Con este ejercicio, los muros quedaron impregnados de elementos simbólicos que pretenden representar la resistencia histórica de los pueblos indígenas. Esta minga muralista se centró en la posibilidad de que las mismas comunidades definieran y pintaran los mensajes que sus paredes dejarían a quienes transitan en las calles de Toribio y en los resguardos indígenas.
Ana María estuvo en la primera y segunda versión de la Minga muralista y resalta que la primera minga resultó más independiente, mucho más desde las gestiones internas de los indígenas, mientras que la segunda ya tiene la participación de una entidad del Estado. Más allá de ello, la memoria de Ana María retrata un poco la sensación de haber estado en medio del conflicto armado cuando estaban haciendo arte muralista en un resguardo indígena.
“Hace tres años, cuando fuimos estaba muy latente el conflicto armado. En Toribio explotó la chiva bomba que en algún momento mandó las FARC y en ese momento la idea era ir a pintar esas casas, pero al lado queda una estación de policía que parece un batallón porque es casi una trinchera y el ambiente estaba muy fuerte. Recuerdo que se empezaron a escuchar disparos y era de montaña a montaña el Ejército y las FARC dándose bala y Toribio en la mitad, una realidad que pasa en muchas partes, los pueblos resultan estando en la mitad, aun siendo un resguardo indígena”.
El cambio en medio de un estado de cese bilateral al fuego entre el Gobierno y las FARC-EP generó un ambiente mucho más tranquilo para esta segunda minga, que no sólo deja un clima colorido en las calles, sino que también aporta al sostenimiento de la cultura indígena Nasa, que se proyecta desde las paredes hacia otras partes de su territorio. “La pintura en sí lo que hace primero es visibilizar nuevamente a los resguardos hacia afuera, es decir, que la gente en las ciudades también se de cuenta que todavía los indígenas resisten en sus territorios y segundo reivindicar la cultura Nasa que es muy importante”.
El revelado arte Afrocolombiano en las ciudades
La población afrocolombiana también resiste en ciudades como Bogotá. Ahí, donde los grandes museos muestran con fuerza la producción artística aprendida en las academias de arte, en donde las artes afro se quedan en las laderas de las grandes exposiciones y presentaciones artísticas, casi que reservada para los carnavales, festivales y fiestas. “Es importante que nos apropiemos de lo nuestro, que no nos dejemos seguir en este círculo donde servimos sólo para la fiesta. Realmente estamos aportando por un contenido y por entender que el arte afro ha tenido un profundo e histórico acompañamiento de nuestras vidas y de nuestra ancestría”, explica Leonardo Rua Puertas, fotógrafo afrocolombiano y realizador audiovisual que hace parte de un grupo de artistas afrodescendientes que integran el Colectivo AguaTurbia.
Estos creadores afrodescendientes han sido formados en una mezcla entre la academia hegemónica y el recorrido milenario de la creación empírica de la Diáspora Africana. AguaTurbia viene realizando un esfuerzo por visibilizar y profundizar la experiencia creativa y artística afrocolombiana en Bogotá. “Nos unimos siendo todos artistas que generalmente hemos trabajado individualmente y nos unimos apostándole a lo colectivo y entonces entendemos que el trabajo colectivo implica también una apuesta política. Lo colectivo también es una respuesta a una visión de cultura que nos han estado metiendo y convenciendo que esa es, pero que en realidad desliga el arte de las comunidades y desliga el arte de los procesos sociales”. Astrid Liliana Angulo, artística plástica afrocolombiana y activista del Colectivo AguaTurbia, apuesta a un arte que trascienda el acto individual y que irrumpa en espacios vetados: “Hay conmigo muchos artistas que estamos pensando desde nuestra propia práctica cómo aportar y cómo incidir en escenarios que no necesariamente son afro, pero que de alguna manera son espacios también de poder, que es en mi caso por ejemplo la escena del arte contemporáneo, de las artes plásticas”
De manera simultánea al ambiente político del centro del país, agentes artísticos y culturales de ascendencia africana vienen retomando inquietudes sobre la representación de la raza y, con ella, la reproducción del racismo en algunas piezas artísticas que se exponen en el país. Como lo expresa AguaTurbia en su página de internet, se “busca abordar desde el arte problemas y asuntos relacionados con las construcciones de la raza en esta sociedad y al interior de la comunidad y el Movimiento Social Afrocolombiano”. La creación de un archivo de muestras y prácticas artísticas, coloquios, mesas de trabajo y tomas callejeras han caracterizado la apuesta política de esta colectividad en Bogotá.
La construcción de paz haciendo uso de la cultura y las artes sigue haciéndose también en territorios ancestrales afrocolombianos. La creación de conocimiento a través del arte milenario que hace que suene la marimba de chonta en las riveras de las cuencas del Pacífico sur colombiano y con ellas las voces que anuncian las llegadas a la vida terrenal o la despedida de ella. Aquella dimensión que no divide la vida y la muerte, caracteriza las múltiples resistencias de los pueblos de la Diáspora Africana en Colombia. Desde alabaos y arrullos, hasta chigualos y aguabajos, la órbita creativa afrocolombiana es muy amplia e invaluable.
En la región del pacífico colombiano, específicamente en Quibdó, dentro de la Universidad Tecnológica del Chocó se encuentra el Centro de documentación e investigaciones de las prácticas sonoras, orales y corporales del Pacífico colombiano (Corp-Oraloteca). En este espacio también se resiste culturalmente desde las manifestaciones artísticas para transformar el formato académico que prioriza el conocimiento occidental sobre el construido en lo local. «La primera lucha que hay que dar es con la academia, en donde muchas veces se trata de reproducir unos saberes folclóricos, por ejemplo, cuando presentan los niños que repiten y repiten lo mismo, llevándolos a verse como máquinas reproductoras. Lo que estamos haciendo pretende que se entienda lo propio, lo local desde un lente distinto y no folclorizador«, dice Ana María Arango, directora de la Corp-Oraloteca. «Sostener alabaos sin necesidad de hacerle una curaduría, se muestra tal cual es, no nos interesa maquillar, ni exotizar, sino mostrar creaciones como se dan las prácticas en el territorio», porque «cuando se habla de música y danza en estos pueblos se debe tener en cuenta que esto hace parte de una resistencia, muchas veces muy oculta y silenciosa».
Una expresión que vincula arte y política frente a la guerra y para construir ambientes pacíficos, se desarrolla en la carretera Quibdó-Medellín en donde pueblos indígenas Embera Dóbida, Chamí, Katíos decidieron aunar sus resistencias a través de la música. «En esta zona de carretera los indígenas han hecho de la música su espacio de encuentro, luego de haber sido víctimas de una masacre en el año 2000», dice Ana María, que desde la Corp-Oraloteca se viene acompañando este proceso.
Las llamadas manifestaciones folclóricas de los pueblos afrocolombianos e indígenas muestran la capacidad de desarrollo intelectual, empírico y espiritual para la existencia de diversas formas de expresión artística, que atraviesan sonidos, la corporalidad, lo gráfico, la oralidad y lo visual, junto a formas de fabricación que también se vuelven vehículos para rechazar la desigualdad y que son heredados de la oposición a la norma instaurada en la colonia, que prohibía el uso del tambor, de lenguas africanas e indígenas o de cualquier tipo de espiritualidad no cristiana. Todo esto palpita en un legado de apuestas artísticas que mancillan la construcción de la paz desde el conocimiento propio milenario, que pone un ritmo distinto a la forma de hacer memoria y resistencia, para recordar a la sociedad algunos matices poco festivos de la realidad que aqueja, como lo diría a través del arte literario del intelectual afrocubano Nicolás Guillén:
«Los negros, trabajando
junto al vapor. Los árabes, vendiendo,
los franceses, paseando y descansando,
y el sol, ardiendo»