Racismo militarista. La bandera del Estado neoliberal que agrede a Buenaventura
¿Se repite la historia? Ubiquémonos en la época colonial, cualquiera de los siglos que están entre el XV y el XIX, observamos un cuadro de amos blancos agitando látigos para agredir a cuerpos negros que intentaron rebelarse frente a la ignominia de la esclavización, este grado de violencia se hacía bajo el manto del escarnio público como arma de presión terrorista dirigida hacia el resto de las esclavizadas y esclavizados. Estamos en el Siglo XXI y ese mismo cuadro se reproduce en Buenaventura, 166 años después, esta vez el amo se empotró en el Estado (y sigue siendo blanco) y el látigo ahora es la fuerza pública destinada a reprimir con violencia a los cuerpos comunitarios del pacífico (aún considerados negros e indios) que intentan derrocar la desigualdad sistemática que genera hambre, enfermedad y muerte.
Esta capital natural del Pacífico colombiano nos muestra un cuadro en donde el capitalismo salvaje amangualado con el racismo estructural reprime la protesta social pacífica. Se expresa con fuerza criminal el racismo militarista. Este tipo de militarismo que encarna el odio racial policíaco que persigue y asesina a hombres negros en las grandes ciudades de Colombia (y en otros países), se encalla en Buenaventura para torturar, violentar y aterrorizar a las gentes vistas como negras, como objetos, como “esclavos y esclavas”.
Esta vez, descendientes de personas esclavizadas en la época colonial reclaman al Gobierno central los recursos que proporcionen la infraestructura necesaria para tener salud, agua, empleo, educación y ecosistemas armoniosos. La respuesta del Gobierno presidido por Juan Manuel Santos (Nobel de Paz 2016, que no ha cumplido al llamado de la paz), ha sido no solo menospreciar las justas protestas del pueblo, sino también usar la indumentaria militarista contra las comunidades disparando gas lacrimógeno, balines de goma y balas de pólvora. Pero detengámonos a observar la historia reciente de esta ciudad, para encontrar que el racismo militarista es ejecutado por fuerzas ilegales (paraestatales) desde hace ya más de 17 años.
Hagamos memoria para comprender que el racismo militarista ha sido ejecutado por el brazo armado de la ultraderecha colombiana, un fenómeno paramilitar que llegó a Buenaventura para hacernos heridas irreparables en cuerpos, territorios y subjetividades colectivas que aún no cicatrizan, para sacarnos a las hijas e hijos de Buenaventura, lágrimas ardorosas frente al saqueo económico y territorial que se hace en nombre del paradigma neoliberal encubierto en el discurso del “desarrollo” del pacífico colombiano. Paramilitarismo que, además de ejecutar un saldo de 26 masacres en 10 años, a su vez provoca la descomposición cultural sistemática de algunas comunidades afrodescendientes del Litoral Pacífico, pero que no ha podido destruir la subjetividad cimarrona que se despierta para confrontar al neoliberalismo, al racismo estructural y al colonialismo interno.
El hambre, la miseria, el rebusque y la falta de agua generan una fatiga en la re-existencia afropacífica, las más de 500 mil personas que habitan la isla de Cascajal y la zona continental de Buenaventura, así como sus consejos comunitarios de comunidades negras y resguardos indígenas (territorios de propiedad colectiva y de ocupación ancestral) apilaron sus organizaciones civiles y étnico-territoriales para demostrar de manera contundente la necesidad de declarar una emergencia social, económica y ecológica en este territorio, que hoy está sin acueducto, sin hospital público, con una tasa de desempleo que supera el 65% y de empleo informal del 90,3%, una ciudad que desde el centro del país se ha destinado para el desarrollo de más de 50 megaproyectos consultados en la agenda macroeconómica de las 20 familias blancas entre colombianas y españolas, junto a las filipinas que son dueñas de los muelles que operan en Buenaventura y que, por supuesto, son el antagonismo de los proyectos propios de las comunidades que viven ahí y a las que no se les consulta nada.
Frente a este panorama, desde el día cuarto del paro la guerra fue declarada por el Gobierno nacional hacia la comunidad, a través de la fuerza pública y liderada por las acciones del Escuadrón Móvil Antidisturbios- ESMAD (para volver a la historia, el ESMAD sería como los capataces en las haciendas, que fueron formados sicológicamente para no tener piedad, para ser mercenarios, para atacar y, bueno, algunos de estos para ser los más “negros”) que lleva un saldo de 300 heridos, 10 de estos por arma de fuego, según denunciaba el titular en primera página de Colombia Plural en el día 17 del paro cívico, mientras que el periódico El Tiempo (que pertenece a la familia del presidente Santos) tituló el mismo día los intereses de los gremios económicos resaltando en primera página que “Casi 10 mil millones se pierden al día” por la protesta pacífica que impide la circulación regular de los más de 2.500 tractocamiones que entran y salen a diario del puerto marítimo internacional enclavado en Buenaventura y que según datos de la Sociedad Portuaria Regional de Buenaventura, deja ganancias anuales que superan los 50 billones de pesos.
Más de 400 horas llevan las familias extensas negras e indígenas de alzarse en paro cívico en el territorio ancestral urbano y rural de Buenaventura. ¿Cómo no protestar? Si las comunidades ven pasar a diario la riqueza frente a sus caras, mientras se mueren de hambre, de diarrea o por la bala y el machete que desmiembra. La indignación podría provocar brotes de violencia, pero no es así en Buenaventura, en donde las comunidades protestan pacíficamente, haciendo uso del más fervoroso recurso emancipatorio de la cultura cimarrona Afropacífica: los tambores, voces, guasas y la marimba al unísono, agitando la indignación, provocando resistencias, movilizando conciencias y afinando el pensamiento crítico milenario.
Es indignante la respuesta del Gobierno nacional colombiano a las protestas de los sindicatos de maestros, trabajadores estatales y judiciales. ¡Despreciable! la ejecución de la militarización racista contra la protesta bonaverense, una descarga violenta que precipitosamente hace sangrar a pieles oscuras y desencadena las asiduas lágrimas ardorosas para los pueblos, en medio de las agobiantes asfixias de infantes y adultos mayores que tienen ancestral y actualmente rostros afrodescendientes e indígenas. Aun así y en medio de la opacidad de la violencia, el pueblo de Buenaventura mantendrá su talante cimarrón. El Paro continúa y a ritmo de currulao le dice a la violencia infausta “Quítate de mi escalera, no me hagas oscuridad”.
*Activista de la Diáspora Africana
Integrante de la Colectiva Matamba, Acción Afrodiaspórica
Comunicadora Social – Especialista en Acción sin Daño y Construcción de Paz