Más vivos que nunca: la minga no se divide

Los movimientos confluyen y la minga alcanza un carácter nacional y unitario. Mientras el Gobierno sigue sin abrir caminos de diálogo creíbles, los movimientos del Cauca y de Buenaventura confirman su unidad y su fortaleza.
Camilo Alzate | Foto: ONIC  | La Delfina, Buenaventura

Veo un pendón con el rostro de Iván Yonda, guardia indígena nasa de Florida. Luego otro pendón: Rivaldo Siágamo, 21 años, la cara de niño imberbe. El hombre del micrófono dice que era un muchacho emberá de Argelia, voluntarioso y colaborador, se ofreció para ir a la minga cuando pidieron voluntarios. Dice que en su comunidad están muy tristes porque deja un hijito de un año. La procesión continúa. Sigue otro pendón con el rostro de Yeison Hernández, del municipio de Dagua, después uno más con el de Ferney Ramos, otro nasa de Florida. El hombre del micrófono dice que lo conoció personalmente en un campeonato porque le encantaba jugar al fútbol. La procesión está llegando al final, pasa un pendón con el rostro de Jonathan Landínez, 26 años, estudiante de arquitectura de la Universidad del Valle. El hombre del micrófono dice que estaba a punto de graduarse y que era un joven entregado a las causas sociales: apoyaba varios cabildos indígenas del valle, había hecho su tesis con los campesinos de Tuluá.

Este reguero de pantano quiere impregnarlo todo: los cambuches, las casas, las sillas de plástico blancas apiladas bajo la gran carpa central también blanca, las botas, las camisas, los pantalones, las cerbatanas y bastones de la guardia indígena, con un extremo embarrado y con el otro coronado por flecos de colores. Este lunes primero de abril ha llovido la mañana completa en La Delfina y el río Dagua es un torrente embravecido con el color de la tierra anaranjada, la autopista a Buenaventura es otro torrente a su lado, otra creciente pero de tractomulas que suben y bajan, que vienen o van al puerto, que mueven 40 billones de pesos cada año nada más en exportaciones. Avanza la procesión de guardias hasta rodear la carpa central en el homenaje a sus compañeros caídos. Los bastones y cerbatanas en alto, sus rostros fruncidos, la piel silenciosa, cobriza.

El jueves 21 de marzo, una explosión mató siete miembros de la guardia indígena y un estudiante de la Universidad del Valle que acampaban en una ramada adentro del cañón de Pepitas. Todos habían llegado allí desde distintos resguardos del Valle del Cauca para participar en la minga. Tres guardias más sobrevivieron pero permanecen internados en hospitales de Cali bajo pronóstico reservado. El incidente no sólo retrasó el inicio de la protesta sino que además supuso un golpe de entrada para la moral de los manifestantes: obligó a cambiar a última hora el punto de concentración, que se trasladó varios kilómetros abajo, a La Delfina, y también dio pié a los señalamientos del gobierno; una vez más se estigmatizó a los indígenas, se dijo que estaban infiltrados por “terroristas”, pero las versiones del hecho resultaron encontradas: los dirigentes de la minga aseguraron que había sido un atentado contra la movilización y adujeron que días antes un dron sobrevoló la finca donde acampaban los guardias. El gobierno atribuyó la explosión a los mismos manifestantes y los acusó de estar preparando artefactos explosivos que serían usados en la protesta.

“Los traje vivos y a los cuatro días volví por ellos muertos”, cuenta el chofer que transportó a dos de los guardias. “Venían muy animados, me decían que les pusiera música”. El cañón de Pepitas queda a una hora a pie desde la autopista subiendo por una trocha de herradura. Los testigos relatan que la ramada donde ocurrió la explosión quedó destruida por completo y que había miembros y restos de sangre dispersos a muchos metros a la redonda. Al estudiante de Univalle, dice el chofer, sólo le encontraron las piernas, había vísceras y brazos cercenados. Los cadáveres fueron transportados en sábanas y costales hasta la autopista, donde la Fiscalía practicó la diligencia de levantamiento. “Ellos no están muertos. Están más vivos que nunca”, se lee en una pancarta pintada a mano que cuelga en la gran carpa blanca de La Delfina, la misma donde se han sostenido las negociaciones con el gobierno.

***

Cuando la ministra Nancy Patricia Gutiérrez instaló el viernes 29 de marzo una nueva mesa de negociación con los indígenas concentrados en La Delfina hubo una verdadera feria de titulares de prensa. Los más optimistas (y amañados) sugerían que los indígenas por fin dialogaban y cedían, otros más reales (pero no menos amañados) indicaban que el gobierno conversaba sólo con aquellos que no ejercían las vías de hecho. En cualquier caso, el daño estaba hecho: ante la opinión pública el movimiento aparecía dividido entre los indios salvajes, revoltosos y dañinos que taponan la Panamericana, y los indios civilizados y pacíficos de La Delfina. De repente había dos mingas: la del Cauca y la de La Delfina. El gobierno lavaba su imagen mostrando una versión amable y conciliadora que endilgaba la responsabilidad de la crisis a la minga del suroccidente por su negativa a levantar los bloqueos.

En el Cauca algunos interpretaron la mesa de La Delfina como un acto de traición y oportunismo. Ellos, que ya ajustaban dos semanas de bloqueos y agarrones con la Policía se quedaban fuera del pastel mientras otros conversaban con el gobierno.

Pero de fondo están las fricciones al interior de la Organización Indígena de Colombia (ONIC), fundada hace tres décadas por varios consejos indígenas, entre ellos el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), y que reúne a 50 organizaciones y 84 pueblos originarios del país. El CRIC fue hegemónico al interior de la ONIC durante años pero ahora organizaciones pequeñas que surgieron bajo su sombra e impulso en otras regiones han ganado independencia y vuelo propio, sienten que se han quedado fuera de acuerdos anteriores con el Estado y que deben impulsar una agenda propia. Este es un reclamo justo, aunque a veces se entremezcla y se confunde con los intereses de burócratas y oportunistas que aprovechan el movimiento indígena para catapultar sus intereses personales. Entre los charcos de barro de La Delfina acampan cinco mil indígenas del Chocó, Risaralda, Quindío, Antioquia, Valle del Cauca, Putumayo y Nariño que pertenecen a los pueblos nasa, emberá, pasto, inga y wounaan, agrupados en media docena de organizaciones. La vocería de esta manifestación está encabezada por Luis Fernando Arias, un kankuamo de la Sierra Nevada que preside la ONIC.

“Aquí no hay indios buenos y malos, aquí no hay indios revoltosos y pacíficos”, les dijo el zenú Darío Mejía a los miembros de la comisión política de la minga del suroccidente en El Pital, Cauca, hasta donde viajó el 31 de marzo como vocero de La Delfina para entablar un acercamiento que permitiera unificar ambas mingas: “Todos somos aguas del mismo río”. Tras dos reuniones de urgencia los voceros de ambas concentraciones acordaron la unidad y emitieron el 1 de abril un comunicado conjunto donde afirman: “Somos una sola movilización con identidad, planteamientos políticos comunes y exigencias específicas”.

***

Cuatro voluntarios para donar sangre de tipo O positivo se agrupan frente a la tarima y parecen a punto de salir hacia Cali. “No pueden tener tatuajes”, les dice el hombre del micrófono, “no pueden haber tenido anemia ni paludismo”. La sangre es para una transfusión urgente a uno de los guardias que resultaron heridos en la explosión y que permanece en estado de coma en un hospital de Cali. Es 1 de abril y otra vez vuelve a llover en La Delfina. Van a ser las cinco de la tarde pero los indígenas aún esperan que llegue el alto comisionado para la Paz, Miguel Ceballos, comprometido a presentarse hoy en la mesa de negociaciones. Al final no llegará, confirmando la ‘buena voluntad’ del gobierno.

“Acá se decidió que la mesa fuera pacífica, por los muchachos (muertos). El gobierno se aprovechó de eso”, explica Diana Carolina Yonda, una muchacha nasa de la guardia indígena. “Hasta el momento estamos con el propósito de no ir a las vías de hecho, pero ya con el mensaje que el gobierno nos dio ayer eso cambia; a eso vinimos, es de la única manera que el gobierno nos atiende, sino acá nos van a tener de delegación en delegación”.

Era obvio que el presidente de la República, Iván Duque, no pretendía conceder nada a la minga, sino conseguir la foto de su flamante ministra junto a los indígenas para provocar un golpe de opinión y así dividir la protesta. “No fue un error instalar otra mesa de negociación: con eso estamos desenmascarando al gobierno”, asegura Cristian Rivera en el debate ante la asamblea de comuneros. La mesa de La Delfina fracasó al tercer día cuando el gobierno envió delegados de poco nivel sin ningún poder de decisión que comenzaron a dilatar las conversaciones. La última de tales comisiones estaba conformada por Eduardo Silva y José Hueso Mena, funcionarios locales de la Procuraduría.

Los mingueros pedían –y siguen pidiendo– la presencia de la Fiscalía, además de garantías de no judicialización, un tema que ha sido crucial en La Delfina desde el primer momento, pues la minga empezó enrarecida con el asunto de la explosión y la consiguiente amenaza de procesos judiciales contra sus miembros. En tres días de diálogos no hubo ningún acuerdo entre las partes.

Los mingueros de La Delfina pasaron toda la mañana debatiendo si bloquear o no la autopista a Buenaventura para presionar al gobierno. Se preguntaban cómo hacerlo, si con troncos, si con una marcha como en años anteriores, si con pequeños grupos que atravesaran mulas en la vía. Alguien pide el micrófono y recuerda al compañero muerto por tiros de fusil en 2016, otro habla del consejero que perdió un ojo con un disparo de perdigón, aquel precisa cómo aquella vez tuvieron más de treinta heridos en quince minutos. El impacto de tal bloqueo, aunque sea de unas pocas horas, es muy superior al de la vía Panamericana. Por esa carretera se mueven la mitad de las exportaciones del país, alguien pierde miles de millones de pesos cada que un buque no puede cargar o descargar a tiempo sus contenedores.

El mismo sábado en que la ministra Gutiérrez estuvo en La Delfina un coronel de la policía advirtió a los líderes de la guardia: “Sabemos que ustedes están preparados y nosotros también. No vamos a permitir que tapen esa carretera ni un minuto”.