El secuestro de lo “político”
Dice en tono negativo el ministro de Minas y Energía, Germán Arce, que detrás de las protestas ciudadanas contra megaproyectos extractivos (como las de San Martín contra el fracking) “ha habido un activismo político muy importante, porque oponerse a la actividad de la industria se ha convertido en un instrumento políticamente rentable”.
También dicen los conductores independientes que abandonaron el paro cívico de Buenaventura que se retiran, entre otras razones, por la “politización” de las protestas.
Casi siempre que se quiere demonizar el derecho de manifestación se suele sacar el argumento de “lo político” para satanizar lo que debería ser natural. Es curioso, porque suelen ser políticos los que enarbolan el adjetivo “político” para deslegitimizar las movilizaciones.
La consulta previa se usa de forma “política”, las FARC hacen “política” desde las Zonas veredales, detrás de las protestas de maestros o indígenas hay “motivaciones políticas”… pues claro que sí. La vida pública consiste en eso y la participación ciudadana –que todos alaban hasta que es “política”- es de calidad, precisamente, cuando es política.
La profesionalización de la política se traduce en una especie de secuestro de “lo político” y sólo pueden practicarla aquella minoría que se considera ungida para tal fin.
Cada decisión del Gobierno, cada paso de un ministro, especialmente los de Arce, son políticos. Hay una intensa impronta ideológica en su locomotora minera, hay una apuesta política en la paz, cada declaración, decreto o propuesta es política, porque la política se trata de eso, como nos enseña su etimología: “de los ciudadanos” o “del estado”.
El secuestro de lo político se basa más bien en un modelo de delegación que ha sido alimentado por el descrédito de la política como si fuera equivalente al ejercicio de los partidos políticos reconocidos por la ley. Pero la política es mucho más. Se hace política cuando se hace una minga, se hace política en cada reunión colectiva, en cada propuesta para mejorar –o empeorar- la vida social. Se hace política con la poesía o con el cine… nada más político que las industrias culturales. Se hace política cuando se calla y se hace política cuando se sale al espacio público. Se hace política en la casa cuando se ejerce el machismo más brutal o se hace política en casa cuando se rompe con las reglas del heteropatriarcado. Todo es político, el cuerpo, los gestos, la vida. El ministro Arce hace política cuando se pone del lado de los mineros en su convención de Cartagena de Indias, se hace política en cada comunicado de prensa o entrevista.
Y, precisamente, la construcción de un nuevo país, más democrático y más incluyente, requiere de la participación masiva en lo “político”. Repolitizar a la sociedad es avanzar en la veeduría ciudadana, en la lucha contra la corrupción, en la convivencia… Las luchas deben darse en el terreno de lo político y no en el de lo judicial o en las trincheras de la violencia.
La consulta de Cajamarca en la que AngloGold Ashanti se estampo contra la ciudadanía fue política y debería tener repercusiones políticas; y si el pobre ministro-secretario de las megaempresas no lo quiere reconocer como algo positivo es porque el poder siempre tiene miedo de que la ciudadanía haga política.
Hagamos política y seamos políticos… los únicos que salen perdiendo con esto serán los secuestradores de nuestros derechos más básicos a participar de la vida pública.