El territorio no es una mercancía

Los pueblos indígenas nos han venido enseñando a todos los colombianos que el concepto del territorio rebasa totalmente al concepto mercantilista de la tierra para uso, abuso, compra y venta, que se tiene en el mundo capitalista, con la grave consecuencia del cambio climático, el agotamiento de los recursos naturales, las sequías y las hambrunas que produce.

Los pueblos indígenas conciben el uso y manejo de su territorio en relación con la naturaleza, entienden su territorio “como el espacio que los dioses dejaron a la gente para vivirlo, disfrutarlo y cuidarlo. De este modo, el territorio es el espacio de encuentro y relación entre la gente, sus dioses y los espíritus de los demás seres vivientes, que son todas las plantas, animales y minerales. A partir de esta relación se desarrolla pensamiento y conocimiento, se recrea la cultura, la organización social, política y económica, dándole sentido de pertenencia e identidad a los pueblos”[1].

A partir de este concepto, la cosmovisión que tienen los pueblos indígenas les lleva a un profundo respeto por la naturaleza: los seres humanos forman parte de ella y con ella conviven de manera responsable. En ella se encuentran y forman una sociedad, en donde uso y costumbres la orientan, como también la historia y la sabiduría de los mayores.

Después de Laudato si, encíclica del papa Francisco, ha florecido el concepto de la Casa Común, el oikos de todos y todas. Una casa habitada no sólo por los habitantes presentes, sino también preñada de los que nos antecedieron y que habitaran los que nos sigan. He aquí nuestra responsabilidad con las futuras generaciones.

Cada territorio es a su vez un oikos específico, con formas propias de expresión, con costumbres que ayudan a la convivencia, con frutos que nutren a sus habitantes, con construcciones para administrarlo. El secreto de un desarrollo sostenible y sustentable se garantiza cuando estamos regidos por el principio del bien común. Cuando en la administración de lo público priman los intereses particulares, nuestro oikos entra en crisis negativa produciendo transformaciones nefastas para quienes lo habitan y para el propio espacio habitado. Esas transformaciones negativas se dan cuando unas élites en actitud egoísta y muchas veces fraudulenta acaparan espacios, que son de todos, mientras que las mayorías van perdiendo el control del territorio. La injusticia hace presencia y los que dominan el poder buscarán normalmente con el ejercicio de la coacción y la violencia mantener un statu quo injusto no solo con las poblaciones, sino también con el conjunto territorial, poniendo el riesgo la Casa Común.

La política, establecida como clave para el desarrollo de la convivencia, la equidad y el buen uso del territorio, deberá estar regida por el bien común y la protección de las mayorías, que es garantía para todos, incluyendo la Casa Común. Cuando la equidad y la convivencia se han roto, cuando la injusticia reina y la violencia aparece, se impone asumir la política de la construcción de una nueva sociedad donde los caminos de generación de justicia y equidad contribuyan a la reconstrucción del tejido social y la convivencia con dignidad para todos.

[1] Flórez López, Jesús Alfonso y Millán Echeverría, Constanza, Derecho a la alimentación y al territorio en el Pacífico Colombiano, Editado por la Diócesis del Pacífico Colombiano, Colombia, Febrero de 2007, pág. 44.

*Doctor en Teología y máster en Sociología de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica); Director de la Corporación Podion, socio fundador de la Red Nacional en Democracia y Paz.

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